jueves, 31 de diciembre de 2015

Del Fin de Año (o reflexiones antes de arrancar con el escabio y mandar esos mensajes que debería evitar)


En estos días taaaan ocupados y productivos que estoy disfrutando en la ciudad de las diagonales he leído muchas listas relacionadas con el fin de año: "Las 12 tradiciones para recibir un buen año"; "Las 9 cosas que NO debes hacer para tener un año próspero"; "Los 1049,75 detalles que vas a seguir al pedo porque tu año igual será una cagada"; etc., etc. 
También observé trillones de consejos para comenzar el 2016 sin ataduras, tabula rasa. Entre la multitud de tips, uno me llamó la atención: contactar a los ex para terminar este 2015 en paz. Primero, me pareció demasiado evolucionado para mi gusto. El "perdón" no es algo que me salga de manera natural, sino que solo puedo llegar a él cuando ya no me importa ni la persona ni el motivo del rencor. O sea, que lo alcanzo por decantación y no por ser mejor persona... 
Luego, consideré que tal vez tenga algún mérito la idea. Puede ser aplicada a ex parejas, a familiares, a conocidos, a amistades que dejaron de serlo. Además de los beneficios para la salud mental, cuenta kármica, energía o lo que sea que uno crea, al ofrecer la rama de olivo a ese otro que nos perjudicó consciente o inconscientemente, nuestra imagen adquiere dos posibles dimensiones, a saber:
  • como seres cuasi trascendidos y estando más allá del bien y del mal, tendemos la mano en son de paz. Somos re-buena gente;
  • lo que sucedió fue tan nimio, al igual que quien lo provocó, que ya no nos importa, no nos afecta en lo más mínimo. Somos mega-superados.
Así que, fuera cual fuese la causa de la ruptura, el distanciamiento, o el cese de comunicación, les dedico estas líneas: sepan que me encantó conocerlos, atesoro los buenos momentos y me olvido de los malos, son excelentes personas y les deseo un año lleno de todo aquello que se merecen... 

Aclaración:
Cabe la posibilidad de que discrepemos en qué se merecen... Besito, chau. Feliz año ;)

martes, 29 de diciembre de 2015

Desvaríos de una noche calurosa y en vela


Acostada en la cama, asándome a fuego lento, entre el calor, el insomnio y la alarma que funciona mal por la baja tensión, voy a escribir, como quien cuenta ovejas, para tratar de conciliar el sueño. Tal vez dejar que fluya el pensamiento inspire a mi musa... Lo más probable es que no y esto se lea como desvaríos, ideas inconexas provocadas por las altas temperaturas y el pitido insistente de la bendita seguridad electrónica. Veremos.
Escucho a mi madre lidiar con el/la pobre asistente del turno noche en ADT. Obviamente, todas sus indicaciones son inútiles y la maquinita sigue quejándose. Sus chillidos rítmicos no cesan, no bajan, no se van. 
La tensión no sube, por lo tanto la única fuente de solaz es un mini ventilador que trabaja de acuerdo a la fluctuación de la marea energética, variando la intensidad de rotación entre el aleteo de una paloma y el de una mariposa. Entonces, para engañar a mi cuerpo y a mi mente, me levanto, voy al baño y me mojo la frente, la nuca, los brazos... En algún lugar leí que era una buena manera de bajar la temperatura corporal. Quien haya escrito eso nunca sufrió un corte de luz en pleno verano húmedo de la ciudad de las diagonales. (No, no sirvió para una mierda; me sigo cagando de calor).
Al sonido de fondo que brinda la alarma se le suman los acordes de los escapes de los vehículos vecinos. Motos, autos, camionetas, contribuyen a mi vigilia. 
A mi lado, mi hijo duerme plácido. En el living, intentando esquivar aunque mas no sea un poco el calor, mi hija escucha música. Ambos, ajenos a cualquier situación de estrés. ¡Quien fuera un niño para dormir en toda circunstancia! Hasta no hace mucho, me podía contar en esa categoría privilegiada de los desinteresados, de los inmunes a las preocupaciones diarias. Eran tiempos más simples, más amenos, menos retorcidos. Hoy, como me han señalado, soy más nocturna, más introspectiva... más jodida. Realmente, estoy más jodida ya que ellos están durmiendo el sueño de los justos y yo sigo dale que te dale con el teclado del celular.
Hipnos no aparece. La temperatura no remite. Y la luz no vuelve. Fuck!


lunes, 28 de diciembre de 2015

De la amistad (o gente que me llena el alma y me hace cagar de risa)


Cuando una decide cambiar, no todos lidian bien con ese nuevo camino. Puede ser por ignorancia, por estrechez mental, por incompatibilidad de intereses. Y, así, van quedando amistades en el camino. Esto supone agregar un duelo más al que ya se venía haciendo: al elegir ser diferente, muere esa quien se era, y duele, aunque haya sido una decisión personal. 
Pero esas pérdidas se ven superadas por la gente que queda, por los nuevos que se agregan al grupo y te llenan el alma. Entonces, una se siente menos sola, menos rara, o al menos, acompañada en la locura. Sin importar detalles como la edad, el estado civil, la situación de vida, esas personas te muestran que está bueno abrirse, animarse a conocerlas. No necesariamente todos permanezcan en el círculo más íntimo, y tampoco todos terminen siendo lo que una creyó. La experiencia está ahí: exponerse, mostrarse y aceptar/aceptarse.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Del fluir del pensamiento en las horas muertas (o cuán enroscada soy)


Los momentos a solas tienden a favorecer la introspección. Caminar escuchando música, bañarse, hacer las compras en el súper, estar sin los hijos, limpiar… son momentos en los que una pone el piloto automático y los pensamientos se desbocan. Entonces, recordamos nimiedades, hacemos listas, imaginamos situaciones que nunca sucedieron o analizamos nuestro accionar. Tal vez, nos acordemos de algún suceso doloroso o incómodo, o busquemos la explicación para eso que pasó y no logramos comprender.
¿Por qué no conseguimos continuar con esa relación que tan bien había comenzado? ¿Leímos mal las señales? ¿Avasallamos al otro? ¿Lo ahogamos? Sin darnos cuenta, ¿lo confundimos? ¿Dijimos mucho o, por el contrario, no dijimos lo suficiente? ¿Habrá sido una cuestión de edad? ¿Mal momento para conocerse? ¿Tendremos demasiado en la mochila? ¿No somos lo interesantes que nos imaginamos? ¿Aburrimos? ¿O es por ser tan retorcidas? O quizá sea esta tendencia a analizar y reanalizar hasta la tortura las cosas… ¿Poca espontaneidad? ¿Mucho anhelo de control? Y así, miles de interrogantes hasta el agotamiento.
Después de tooooodo lo anterior, surgen otras cuestiones: ¿por qué nos importa tanto, si fue casi efímero? No hubo tiempo de conocer realmente al otro, ni tantos encuentros reales, más allá de la virtualidad de la tecnología. ¿Será que tuvo más vida el “romance” en nuestras cabezas? ¿O, como dijo una amiga, que nos hace falta ocupar el tiempo libre? ¿O hay una causa más profunda, que no se relaciona concretamente con esa persona?
La terapia ayuda en esos momentos, aunque generalmente las epifanías se dan después, no cara a cara con el analista. Yo tuve la mía mientras escuchaba música frente a la computadora: todos mis problemas tienen una raíz común, que es el temor al rechazo y la imposibilidad de manejarlo. Probablemente, se deba al abandono paterno. Y es absurdo cómo se cuela en diferentes aspectos de mi vida social. Desde hablar por teléfono con un desconocido a pedir un trago en un bar. Hablar con extraños en un cumpleaños o, incluso, con gente que ya conozco. Estas taras hacen que parezca parca, seria, tímida. Y me limitan sobremanera. 
Pero por otro lado, esta dificultad de aceptar el rechazo habla de la imagen que tengo sobre mí misma. De mi ego. Y soy culpable de algo que he señalado en otros: no concibo que no le intereso a alguien que sí despierta interés en mí. Y me choca, y me enoja. De todos modos, termino resignándome a esta realidad.

Sin embargo, una pequeña parte de mí se niega (seguramente influenciada por la literatura romántica o las comedias dramáticas que he consumido a lo largo de mi vida) y una incisiva voz me recuerda que no está todo dicho, que la vida da mil vueltas, que cualquier cosa puede pasar si la deseamos lo suficiente. Evidentemente, en el fondo, no es que sea complicada, ¡soy solo una boluda importante!

martes, 22 de diciembre de 2015

Balance


Diciembre es un mes de balances. Querramos o no, nos planteamos cómo nos fue en el año, analizamos lo bueno, lo malo, lo meh... Pensamos en las personas que conocimos, en los que nos acompañan desde siempre; en las amistades que forjamos, en las incipientes, en las que no se dieron. También, en aquellos que nos mostraron su verdadero rostro y, aunque nos decepcionaron, mejor saberlo ahora que descubrirlo por el cuchillo en la espalda.
Si el año fue tranquilo, si estuvo movidito, si nos dejó atontados, descolocados, destruidos... Si deseamos que acabe ya o fue tan bueno que esperamos que nunca termine. Si significó el comienzo de algo nuevo o el final de lo que existía. Si nos reveló nuestras carencias o nos mostró todo lo que teníamos y agradecemos. La época de sopesar en la balanza nos llega y al mirar hacia atrás, a estos doce meses que transcurrieron y que disfrutamos, sufrimos y sentimos, evaluamos todo lo que nos ocurrió y quiénes somos después de vivirlo.
Particularmente, este año fue muy especial, difícil y desafiante. Con sus altibajos, el fin de año me encuentra en pleno cambio, en una transición que aún no tiene un destino fijo. En un viaje de auto descubrimiento, de auto percepción, por más Bucay que suene. Por primera vez en más de una década estoy sola frente al mundo. Soy la responsable de mi vida. No debo consultar ni debatir nada. Mi casa, mis cosas, mi vida. Son mis decisiones y mi responsabilidad. 
Este desafío me emociona y me asusta. Más lo primero que lo segundo. Las posibilidades son infinitas. Tengo miles de proyectos y deseos para el próximo año. Espero cumplir alguno de ellos. 
He conocido gente copada con la que he vivido nuevas experiencias y más allá de su permanencia o no, si las cosas terminaron bien o no, si fue lo que yo esperaba o no, solo puedo decir "Gracias" y me leas o no, aún te sigo pensando. 

viernes, 18 de diciembre de 2015

Una historia trillada



La historia es una muy trillada, vista por miles en diferentes puntos del globo: chica conoce a chico. Se gustan, empiezan a salir. Repentinamente, hay un cambio en el script y se anuncia la pronta llegada de un nuevo personaje. Chico y chica se van a vivir juntos y esperan el arribo. Hace acto de presencia y se transforma el conflicto original. Ahora es un trío no una pareja y los protagonistas lidian con los desafíos de la paternidad joven. La vida prosigue, y estos personajes van consiguiendo algunos de sus objetivos. Hay encontronazos, reconciliaciones, confusiones, que mantienen la trama activa y entretenida, al público enganchado.
Cambio de locación. Maduración de los personajes. Pasaron de estudiantes a profesionales o casi. Se viene el capítulo del casamiento. Después de unos cuantos años, los protagonistas formalizan. Fiesta austera, familiares, fotos, lágrimas y felicidad. Surge la adición de otro personaje infantil. Vuelta a los episodios de pañales, mamaderas, noches sin pegar un ojo.
La serie continúa, aunque poco a poco mengua el rating. Se ve que la rutina carcome a los protagonistas. Hasta los auspiciantes se empiezan a mirar y evalúan transformar el programa o bajarle el pulgar. Los capítulos pierden el ritmo, los protagonistas no están conectados como antes. Incluso la estética ha mutado de colores brillantes a un azul gris medio mustio.
Finalmente, los productores se reúnen con los protagonistas y se decide terminar el show. Y entonces, el chico y la chica, ya bastante más grandes, tienen que salir otra vez al mundo. Reordenar el currículum, actualizar sus aptitudes, agregar algún que otro curso y enfrentarse nuevamente a los castings. El tema es que el proceso de selección no es el mismo hoy que hace 13 años. Y la chica está un tanto oxidada. Es difícil encontrar un co-protagonista con intereses similares. O que simplemente sepa qué quiere. Las nuevas estrellas tienen el ego muy elevado y la histeria a flor de piel.
Y así, se ven hordas de actrices en la búsqueda de alguien con quien empezar otro show. No necesariamente debe ser una telenovela de infinitos capítulos. Una sitcom que provoque algunas risas, que tenga buenos momentos, líneas para recordar, aunque no se eternice también vale. 

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La gula


Este pecado es un viejo compañero de aventuras. Hasta hace muy poco, mi respuesta a cualquier evento estresante o doloroso, era taparlo con comida. Cualquier ocasión era propicia para deglutir. Viéndolo a la distancia, tal vez buscaba llenar un vacío existencial, o crear una muralla alimenticia a mi alrededor, separándome del problema, en una suerte de isla nutritiva. 
Obviamente, esta no es una solución saludable, ni en lo mental ni en lo físico. Además, es el comienzo de otra cuestión: la disminución de la autoestima. Se forma así uno de los tantos círculos viciosos que pueblan o han poblado mi existencia: surge un contratiempo, como, engordo, me deprimo, como porque estoy deprimida y vuelta a empezar. 
Este año he cambiado de mecanismo de defensa: por primera vez en mi vida el dolor fue (y por momentos, sigue siendo) tan grande, que no pude probar bocado. Independientemente de la necesidad o no que tuviera de adelgazar, es sorprendente y aterradora la facilidad con la cual en un fin de semana me consumí. Los nervios, la ansiedad, el insomnio me carcomieron. En lugar de llenarme de helado, torta, milanesas, me devoré a mí misma. Teniendo en cuenta mi tendencia a los excesos y mi autoanálisis agotador, constante y obsesivo, me asusté un poco. Con el paso de los meses, veo que no tenía razón de temor, que, aunque no lo crea, algo de crédito debo darme. De todos modos, necesito estar atenta de no caer en ningún extremo. ¡Pero la senda del justo medio es muy difícil de transitar!  

martes, 15 de diciembre de 2015

La envidia


"The green eyed monster" la llama el Bardo. La envidia es un monstruo y como tal, permanece oculto, encadenado, fuera de la vista de todos. Pero, cada tanto, cuando menos lo esperamos, asoma su desagradable cabeza y nos vuelve a nosotros desagradables.
Creo que este es uno de los pecados que más vergüenza produce en quien lo padece. Aunque se agregue el adjetivo "sana", no hay nada sano en envidiar a alguien. Su presencia habla justamente de una ausencia, de la falta, de la carencia de algo. Solo codiciamos aquello que no poseemos, ya sea material o no.
Sin embargo, el sentimiento va más allá del objeto o sujeto que la provoca. Al igual que la gula, se busca llenar un vacío interno, emocional, existencial.
Como todo sentimiento, en ocasiones puede manejarse y en otras, no. Está en nosotros elegir la forma de actuar frente a su aparición. Podemos tomarlo como un aliciente para mejorar, para alcanzar aquella meta que nos propusimos, para intentar emular a quien envidiamos, sin dejar de ser nosotros mismos. O, por el contrario, utilizarlo como una excusa para la autocompasión, para justificar el odio, la venganza, lo peor de lo que llevamos dentro.
Particularmente, no me veo como una persona envidiosa. Quizás, sí sienta (cuando no me hallo en el mejor espacio mental o emocional) envidia de las facilidades, o lo que yo percibo como tales, en las vidas ajenas. Últimamente, la he padecido respecto de las posibilidades que creo tienen otros y, a mi entender, yo carezco: libertad, oportunidades, carisma...
Pero al analizar la situación, tratando de dejar el bajón de lado, logro darme cuenta que, independientemente de que posea o no eso que codicio del prójimo, si pretendo llenar ese vacío que provocó la envidia, no sirve lamentarme y compadecerme. Es necesario correrme del facilismo e indagar el por qué de esa oquedad. Solo así, será posible evitar que mi mirada se torne verde.

sábado, 12 de diciembre de 2015

De la invisibilidad de las minorías (o algunas cosas que me rompen las pelotas)

Seguramente no vaya a ganar un premio por descubrir que esto sucede, pero es increíble lo invisibles que son las minorías para el común de la gente. Antes de continuar, vale aclarar que es lo "común" y que son las "minorías". En este escueto análisis, se denomina "común" a aquellos que se conforman dentro de la norma: caucásico (o lo que pasa por caucásico en América Latina), heterosexual, cristiano (preferentemente católico, aunque el evangelista está en un cercano segundo lugar), convive o ha convivido con ambos padres, en pareja o con ganas de tenerla, con hijos o con ganas de tenerlos. "Minorías" serían todos aquellos que no acuerdan con la norma anterior, quienes por decisión propia o no, han quedado fuera de ese círculo selecto.
Esta invisibilidad es palpable en cualquier conversación, desde las más profundas a las más banales. 
Como al pasar, contesto la pregunta de un alumno acerca de uno de mis tatuajes: tengo una estrella de David en la cara interna de una muñeca. Cuando inquiere el por qué de ese "dibujo", le contesto que es por mi religión, que soy judía. La cara del educando es similar a si le hubiera dicho que vengo de Marte, en son de paz. Obviamente, también he recibido miradas de adultos ante la misma respuesta. Peor aún, es cuando la gente comienza a hablar y presupone que uno comparte su sistema de creencias y menciona a los santos, a Cristo, a la Virgen... En esos momentos no sé como comportarme: ¿debería interrumpirlos y rectificar su aserción sobre mi religión o es mejor dejar que se explayen y poner cara de comprensión? ¿Estoy faltando a la verdad si no digo nada, aunque más no sea por omisión?
Otra experiencia resulta cuando digo mi apellido seguido del de mi madre. Son el mismo. Sí, no me equivoqué. Miradas, carraspeos, seguimos. 
También me he cruzado con personas que asumen que si tenés hijos te encantan los niños. Y no siempre es así. Por lo menos, no es mi caso. O la situación inversa: si no los tenés, es porque los odias.
Ni mencionar los sermones que soportan los ateos; los cuchicheos de que son víctimas los no heterosexuales; la indiferencia ante las personas con capacidades diferentes.
A veces, creo que es una cuestión de discriminación, algo que se hace de manera consciente, que se "le hace" al otro. Pero al observar a quienes son culpables de estas actitudes, vuelvo a pensar y me cuestiono si en realidad no se tratará de desconocimiento, de ignorancia; si no será una cuestión más relacionada con que solo vemos al mundo desde nuestra perspectiva. Me pregunto si no estaremos condicionados (genética o culturalmente) a no ver al otro como un ser real, solo como mera extensión de nosotros mismos. 
Aunque si esto fuera así, los pertenecientes a la minoría no registraríamos a los "acorde a la norma", ya que no somos iguales. Surge entonces una tercera opción: quienes no perciben la posibilidad de diferencias carecen de empatía, son incapaces de ver las cosas desde otra óptica y, además, tampoco sienten la necesidad o interés de hacerlo, justamente por ser mayoría. Lamentablemente, que sean muchos no los hace también buena gente.   

domingo, 6 de diciembre de 2015

Fucking domingos


Los domingos son especialmente difíciles. Independientemente de las razones, cuando la realidad cambia tan drásticamente, cuesta lo indecible encausarse en el nuevo rumbo. Si bien es cierto que los primeros días son duros, luego de ese turbulento comienzo, se cae en una suerte de euforia que hace llevadera la decisión que una ha tomado. Todo es nuevo, todo merece explorarse, todo llama la atención. No hay tiempo de extrañar, que la vida pasa y no espera a nadie…
Mas, como sucede siempre, la adrenalina baja, se termina la embriaguez, la novedad se esfuma y abrimos los ojos de verdad. Y la verdad no es tan bella como se suponía; lo ideal no condice con lo real. ¿Y ahora? ¿Cómo se transita esta meseta en la cual nada sale como una quiere, en la que se siente un hormigueo en la piel que es imposible refrenar? Surgen, así, una serie deprimente de cuestionamientos que horadan la resolución, que hacen mella en la voluntad. Al volver la vista atrás, lo que se ve no es tan malo, tuvo sus momentos felices, plenos... Entonces, las preguntas: ¿no me apresuré? ¿No habré tomado la peor decisión? ¿Podría haber aguantado un poco más? Y detrás de ellas, las más fatales: ¿Volveré a sentir algo así alguna vez? ¿Aparecerá alguien que me sacuda, que me despierte del letargo? ¿O estaré condenada a la soledad?
Obviamente, no tengo respuestas. Nadie las tiene. Y tampoco sé qué haría con ellas.
Racionalmente, no me arrepiento. Pero no es la cabeza el problema. Es el maldito corazón que necesita de otro, que duele, que se desangra. Porque conoció la felicidad, la risa, el placer, la lujuria y se volvió adicto. Porque aunque la mente trate de iluminarlo y enseñarle que esto es saludable, es bueno, es una oportunidad para encontrarse y crecer, no quiere escuchar. Se encapricha y quiere una nueva dosis, la precisa ya… Y la busca en distintos cuerpos, y por un rato se consuela… Pero no alcanza. Y se confunde. Y se empecina. Pero no. Y nada tienen que ver esos otros con lo que pasa. No son ellos los que provocan esa obstinación. Es la idea de lo que requiere y de lo que podría llegar a ser. Más allá de que sabe que no es real. Se engaña, se desengaña y cree que sufre.
Sin embargo, el sufrimiento es anterior. Es ese vacío que se creó cuando asumió que era indispensable parar, cortar, bajarse; cuando se dijo que quería más, que había más y estaba allá afuera. Eso sí: jamás imaginó que podía destruirse en la búsqueda.


miércoles, 2 de diciembre de 2015

La soberbia

         
         
Debo decir que siempre tuve una relación ambivalente o pendulante con la soberbia y la humildad. Por un lado, he tendido a no creerme capaz, a considerar a otros una mejor opción para concretar determinadas acciones, o incluso, pensarlos más lindos, más inteligentes, más suertudos… Excepto que se trate de cuestiones referidas al estudio o con mi profesión. Aun cuando soy consciente de que siempre hay algo nuevo para aprender, que no sé todo (jamás lo creería tampoco), que hay formas diferentes y más efectivas de conseguir resultados, es en este ámbito en el que me siento más segura. Los desafíos laborales me motivan; los intelectuales me provocan, me empujan a la superación. Incluso, me he cuestionado actitudes plausibles de ser tomadas como soberbia intelectual, al observar a colegas en sus clases. Tratando siempre de mantenerme con los pies en la tierra, puedo acortar las riendas de tan estúpidas especulaciones.
                En este amasijo de contradicciones que soy (por humana, igual que el resto, lo acepten o no) también peco de soberbia y, a la vez, de pobre autoestima en las relaciones amorosas. En este vaivén, me veo como la femme fatal e irresistible en un momento. Y al siguiente, como una de las hermanastras de Cenicienta… la pobre que se queda siempre sola. Los eventuales receptores de mis intenciones afectuosas han reforzado esta última opción. No digo que nunca he tenido pretendientes ni que más de uno no ha llorado por quien suscribe. Pero la norma es que la que termina vertiendo sus lágrimas soy yo. Desconozco las explicaciones psicológicas del hecho, mas afirmo que suelo “enamorarme” más mientras menos bola me den. ¿Tendencia masoquista quizás? ¿Repetición del abandono paterno tal vez?

                Es en estos casos en los cuales recibo los golpes secos necesarios para evitar que el ego vuele tan alto. Porque no hay mejor remedio para la imagen propia desmedida que admitir que para esa persona a la cual una quisiera resultar relevante, no vale ni un puto mensaje por whatsapp.

La pereza



            A mi entender, este es el pecado más peligroso de los siete. Más aún que la ira, la gula o la envidia...  La pereza es la causa del fracaso, de la mediocridad, del estancamiento del cual nos quejamos a menudo.
            Su hermana menor, la comodidad, fue un factor determinante en el derrumbamiento de mi matrimonio. Tanto de un lado como del otro. La rutina tiñó cada una de nuestras interacciones. Delegar en otros nuestras responsabilidades nos perjudicó: intercambiamos algunas horas de sueño por toda una relación.
            Obviamente, es fácil identificar cuál fue el problema a la distancia, hoy, con sesiones de terapia encima. En ese momento, la gratificación inmediata nos pareció más importante. Tal vez fuera la inexperiencia en la vida, la juventud, la crianza “privilegiada” que nos brindaron nuestros padres, quienes se esmeraron para que jamás nos faltase nada y llegáramos más lejos que ellos.
            De todos modos, la culpa última es de la pareja, ya que no pudimos, supimos, quisimos, crecer a tiempo. Es cierto que hubo amor, momentos maravillosos, hijos de los cuales nos sentimos orgullosos, logros individuales que fueron posibles gracias al apoyo del otro. Pero también existió desidia, inoperancia, imposibilidad de postergar deseos personales en pos de la familia. Creo que no entendimos el valor de lo que teníamos hasta que no estuvo más.

            Por esto, aseguro que la pereza es el peor de los pecados. Te obliga a resignar tus sueños, tu futuro, tu vida, y por ella corremos el riesgo de perderlo todo. Sin embargo, es una excelente maestra: luego de sufrirla, nunca más volvemos a caer en sus redes. 

De enigmas actuales (o preguntas que no me dejan dormir)


                      
                        Edipo se convierte en rey de Tebas al derrotar a la esfinge que aterrorizaba a la ciudad, resolviendo el enigma que ella planteaba: "Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, aire o mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad de sus miembros es mucho más débil." La respuesta era el hombre, que al nacer gatea en cuatro patas; luego, en la juventud camina erguido en dos; y en la vejez, al ayudarse de un bastón cuando declinan sus fuerzas, tiene tres.


                      Traslademos esta situación a la actualidad. La esfinge asola una ciudad: pongamos Cipolletti. Instalada en el puente carretero que une esta ciudad con Neuquén, se dedica a cuestionar a los viajeros, bajo pena de muerte si no logran responder correctamente. Dichos acertijos tienen un cariz filosófico. Y atendiendo a su cualidad femenina (el monstruo es una quimera entre mujer, león y águila, y para este ejemplo, también heterosexual) se pregunta acerca del animal más misterioso para nuestro género: el hombre. Pero en esta oportunidad, no habrá ningún Edipo que salve el día ya que el enigma es tan insoluble como eterno: "Al tipo, ¿se le quita lo pajero con la edad o de la pendejada no se crece?"

lunes, 30 de noviembre de 2015

La lujuria



Si hay un pecado del que me siento orgullosa es este. Pero necesitamos determinar parámetros. Ser lujurioso/a  no significa aceptar cualquier cosa, que todo nos viene bien, viva la fiesta… No, no. Según la RAE, la lujuria es el deseo excesivo del placer sexual. Así, este puede darse solo con una pareja. Que uno desee en demasía estar con dicha persona, que aproveche todas las oportunidades para saciar la necesidad, o por disfrutar el placer que el encuentro provoca.
En muchas ocasiones y con diferentes sujetos, debo decir, me sentí mal interpretada en mis actitudes. Lo que yo considero un ardiente disfrute del cuerpo propio y del ajeno, suele tomarse como promiscuidad. Como la puerta a cuestiones que no estaría (en potencial, porque nunca digo nunca) dispuesta a explorar así sin más. Entonces, los potenciales compañeros/as de dormitorio elucubran situaciones sin confirmación de mi parte. Creo, por ello, oportuno aclarar que la verbalidad, la efusividad, la religiosidad de las cuales soy presa en determinadas situaciones, no los/las justifican para presuponer aquello a lo cual estaría dispuesta o no.

Para mí, el plano físico es uno más de los que utilizo para expresarme. Así como gusto de un buen desafío mental, también lo sexual me representa una prueba, un goce para superar, un juego en el cual intento elevar las apuestas de lo que es esperable y deseado. Un ámbito que me empuja a probar, a testear límites, teorías, prejuicios… Si esta “experimentación” conduce a la inclusión de más de dos participantes, se acepta. Siempre y cuando las condiciones de dicho experimento sean claras y pautadas con anterioridad. Como toda experiencia, los resultados tal vez no sean los deseados… o puedan dejar lugar a mejorías. Si la práctica lo amerita, mi espíritu de búsqueda cognoscitiva me empujará a continuar con la prueba. Pero si los resultados son pobres o aburridos, o si los sujetos de la experiencia se tornan difíciles, siempre habrá nuevos campos que explorar. Y la pérdida será de ellos. ;) 
Gente, si pasan por el blog dejen un comment (puede ser anónimo) o likeen el post en el face, así una sabe si progresa esta movida. Para el escritor está bueno ser leído ;)

La ira


                La ira es un estado en el que incurro muy pocas veces. Por lo general suelo ser, como decía mi abuela, tranquila como agua de pozo. No me gusta enojarme; mucho trabajo. Además, me cuesta mantener el sentimiento. Tiendo a olvidar lo que sucedió y seguir como si nada hubiera pasado.
                Excepto que se trate de algo importante. Es en ese momento en el cual me hago cargo de mi hijaputez, mi rencor, mi veta maligna. Cuando alguien hace algo que me lastima profundamente, por acción u omisión (lamentablemente, no puedo discriminar), expulso a esa persona de mi vida. No necesariamente haga una gran escena, del estilo: “¡Te odio, basura! ¡Cómo pudiste!”, portazo, vaso de algún líquido arrojado al rostro, etcétera, etcétera. Por el contrario, todo transcurre apaciblemente: no te hablo más. Comienzo a odiar a fuego lento, con un encono tal que no me importa ni puta el sufrimiento ajeno. No me regocijo, obviamente, que psicópata no soy. Pero si tengo la oportunidad de ayudar al objeto de mi aborrecimiento, la dejo pasar. Creo en ser la “mejor” persona, pero no en estos casos. Mi desprecio es irrevocable, es eterno.
                Seguramente no sea la manera más saludable de manejar las emociones. Todo lo cargamos, lo que deseas te vuelve cien veces, es un peso para el alma… No importa. Cuando alguien entra en el grupúsculo selecto de personas que vería morir sin culpas, no sale. Y puede haber sido la más cercana a mi corazón. Y tal vez, por lo mismo, sea a quien más repudie.

                Este es el motivo por el cual suelo darle a la gente más oportunidades de las que se merece. Eso, junto con una ingenuidad que me obliga a ver lo mejor en el otro, una empatía  que me lleva a ponerme en el lugar del otro y buscar justificaciones para su accionar. Aunque esta fase no dura para siempre. Buena, sí; boluda, no. 

sábado, 28 de noviembre de 2015

Acción y reacción



Toda acción conlleva una reacción. Al igual que las decisiones que tomamos a diario. Entre estas últimas se encuentran aquellas que tienen en sí la potencialidad de cambiar para siempre nuestras vidas, el paradigma que rige nuestros días. A la hora de tomar dicha decisión, uno ya ha sopesado, o cree haberlo hecho, sus probables consecuencias. Pero, ¿qué sucede cuando no estábamos preparados para afrontar esas consecuencias? ¿Es por ello menos valedera nuestra elección? ¿Deja de ser correcta porque nos supone un esfuerzo sobrehumano enfrentarla?
Después de una década y un poco más, la vida ha cambiado, o mejor, he hecho cambiar a la vida. Ya no todas mis mañanas y mis noches son iguales. La monotonía ha dejado de pulular mis horas… Pero esto no es necesariamente una mejora.
La incertidumbre es mi nueva compañera. Y para una controladora es todo un tema. Jamás imaginé que me caracterizara por el deseo de control. Como mi vida anterior lo atestigua: todo me daba igual; si otro tomaba las decisiones, yo agradecida. Pero hoy me doy cuenta de que necesito saber, necesito manejar, necesito controlar lo que sucede… o lo que no. Esta inesperada faceta me toma desprevenida y me supone una fuente de angustia. Es obvio que nadie tiene el control de nada, que este no es más que una ilusión, que todo fluye y uno se siente o no afectado por lo que sucede. Y que cualquier vestigio de orden es solo nuestra imaginación, tratando de compensar.
Aún así, ¡qué difícil aceptar esta impotencia! A lo cual se agrega la impaciencia, la pretensión de inmediatez en el cumplimiento de los deseos. Soy la primera en aceptar mis rasgos infantiles, poco adultos, entre ellos el encaprichamiento. Como un niño, quiero eso en lo que puesto mis ojos. Y lo quiero ya. Convengamos que lo que puede resultar hasta simpático en una criatura de cinco, no es muy atractivo después de los treinta… y ahí surge otra cuestión. La edad. Pero quedará para otra ocasión.
Lo que puedo sacar en conclusión ahora, después de revisar lo escrito y con uno o dos vasos de cerveza encima, es que esta etapa novedosa en mi vida está cargada de desafíos, especialmente los internos, los que me competen a mí como persona, como mujer en mi relación conmigo misma, por más “autoayuda” que la frase suene. Estar sola es un aprendizaje. Despojarse de todo velo, ruido, “buffer” y verse en el espejo. Lograr estar cómoda con esa imagen, asumirla y optimizar aquellos aspectos que requieran mejoría. Y aceptar también los que no tienen arreglo. Porque esto es lo que soy. Al que le cabe bien, y al que no, la puerta.  ;)




viernes, 27 de noviembre de 2015

Carpe diem


Muchas filosofías consideran a la muerte como una parte de la vida, como la otra cara de la moneda, algo que debe aceptarse como natural. Pero la mente y el alma o el corazón no siempre discurren por los mismos caminos y la muerte nos llega como un mazazo, como un golpe terrible que impacta nuestra vida, a veces cambiándola para siempre. Puede observarse el cambio en días, meses o incluso años; pero así como una piedra que remueve las aguas de un estanque, el efecto es inevitable. Para bien o para mal.
Es mi experiencia que todo en la vida nos alcanza y que hay cosas que nos obligan a mirarlas a la cara, liberándonos o atándonos. Para mí, fue la muerte de mi abuela que años después me obligó a observar a mi alrededor, a evaluar y a decidir que no quería continuar como hasta ese momento. Que era hora de mutar, de cambiar la piel.
Pero hay otras muertes que nos chocan por lo inesperadas, por lo inexplicables, porque parecen un ensañamiento de ¿algo, alguien? y no hay nada que sacar, que aprender, que entender. Solo estar, acompañar.
Tal vez, lo único que pueda rescatarse es el viejo cliché (no por eso menos cierto) acerca de aprovechar el hoy que es uno solo, disfrutar de los afectos, de la vida, reír, llorar, amar, vivir. Carpe diem.

No nací para Penélope
No es esta la primera vez que la frase me viene a la mente. Será por impaciente, por mandada, por kamikaze.
Tal vez sea por la crianza, por genética, por los astros.
La cuestión es que la paciencia no es lo mío. Esperar a que el otro dé el primer paso, que llame, que escriba, me da ansiedad, bronca, hasta urticaria. Obviamente, no es culpa del otro (bueh, a veces sí). Es un tema intrínsecamente mío. 
Yo soy la que instiga, yo soy la que propone, yo soy la que busca. Yo, yo... Suena un tanto egocéntrico, ¿no? Pero, en realidad, es querer que las cosas pasen. No sentarse y ver la vida transcurrir, sino hacerla, vivirla, sentirla.
Alguna vez me quejé de que todo era igual, monótono, aburrido. Esta es mi manera de evitar eso. Me gustas? Te escribo. Te llamo. No espero porque "qué van a decir", porque soy mujer, para no joder...
Soy mandada y si me interesa aún más. Total, el no ya está. Veamos si aparece el sí.

Un consejo para escritores incipientes es escribir sobre aquello que conocen. Es por esto que son comunes los textos acerca del desamor. ¿Qué sentimiento es más compartido que el rechazo amoroso, que la imposibilidad de estar con el ser amado? Nada más comprensible y compartido que la decepción del corazón.
Pero la idea es escribir sobre lo que uno, el escritor, conoce. Y si hay un sentimiento que, consciente o inconscientemente, me ha acompañado en mi vida es el rechazo, o en su versión fóbica, el miedo al mismo. Desde lo más profundo de mi ser, sé que le tengo pavor al rechazo y por eso siempre busqué agradar, caer bien, complacer a todos. Aunque no me complaciera a mí. ¿Patético? Y… más o menos.
Parejas, compañeros, profesores, amigos, familiares… a todos intenté conformar, amoldándome a sus deseos o, mejor, a la idea que se hacían de mí. “La nena es muy inteligente; no tiene dificultades para nada” y ahí estaba yo con mi boletín poblado de dieces. “Es una mina recomprensiva, nunca hace quilombo por nada” y yo no le decía lo que me molestaba a mi marido. “Una alumna ejemplar” y yo sufría por no fallar.
Quizá si todos esos me aprobaban, me querían, podría suplantar el amor de Ese que no me quiso. Ese que no se interesó. Ese que no tuvo ganas, huevos, conciencia para hacerse cargo de la hija que engendró. Sin querer, sin pensar, sin buscar, casado (con otra), ya esperando una hija… Ese que solo 30 años después, y con causa judicial de por medio, asumió lo que ya se sabía: era hombre, era humano y la había cagado.
Durante años su rechazo me marcó. Aún sin saber quién específicamente era Él, sí conocía la ausencia. El día del padre era una tortura. Decir mi apellido y que luego me preguntaran el de mi mamá, otra. Las caras de compasión, ojos revoleados, etcétera, etcétera. Entonces la manera de evitar malos ratos era ignorar esas actitudes y concentrarme en ser mejor, en ser Eso que los otros buscaban.

Tampoco me sirvió. Imploté. Necesité de una muerte cercana y dolorosísima para ver que la vida es corta y que la única opinión que vale es la que yo tengo de mí misma. Que no tengo que hacer feliz a nadie más que a mí. Que merezco ser amada por lo que en verdad soy y no por la fachada que mostraba. Que al que le gusta bien y al que no, la puerta. Que está bien resaltar y ser diferente o pasar completamente desapercibida. Que puedo ser un amasijo de contradicciones y no importa. Que es posible ser madre y mujer al mismo tiempo, sin descuidar ninguna faceta. Que cada tanto hay que barajar y dar de nuevo, que hay que mudar la piel, que hay que dejarse llevar. 






La inefabilidad del pensamiento, la imposibilidad de transmitir, de poner en palabras todo lo que bulle en la mente. Es… es como que… tenés la cabeza llena, ¿viste?,  llena de ideas que quieren salir, y nada. Miles de imágenes que pugnan por plasmarse en el papel, por convertirse en aquello que tanto desean, en palabras negras corriendo libres por este blanco papel. Y nada, che, nada de nada.

Y también el lenguaje, la lengua, herramienta inútil e imprescindible a la vez, oxímoron insoslayable de esta tarea, de este querer decir y fallar, de esta búsqueda infructuosa por comunicar, por alcanzar al otro. Porque eso de que “escribo para mí”, sí, ¡pindonga! Porque la escritura, el acto de escribir no es más que un intento desesperado de una soledad por dejar de estar sola y compartir y compartirse con otros, con uno, con veinte, con cien… 


Y te esperé
Para que llenaras ese espacio vacío
Y te esperé
Para que llenaras los huecos, las dudas
Y te esperé
Para que llenaras los agujeros de mi historia
Y te esperé
Para completarme



Obviamente, no llegaste
Obviamente, no.



Que el artífice olvide su artefacto
Que el artista olvide su arte
Que el padre olvide su hijo



¿Obvio? No.

Lo quiera o no, aún te espero.