viernes, 22 de abril de 2016

Vicisitudes de una viajera frecuente


Esta vez la escritura más que catártica debe ser energizante: no podés quedarte dormida en el avión y pasar un papelón.
En varias oportunidades has asistido al espectáculo unipersonal de aquel que cae en los brazos de Morfeo en un espacio público. Ronquidos, caras, salivación excesiva, emisión de gases tóxicos... Todas eventualidades plausibles cuando se baja la guardia, el cuerpo se relaja y la mente se toma un respiro. El resto del pasaje oscila entre el desagrado (los más correctos y pudorosos) y la risa franca (los espontáneos, los divertidos y los que disfrutan de la desgracia ajena). Como te has contado entre los últimos, no deseás someterte al escrutinio y convertirte en depositaria del escarnio.
Gracias a dios, la tripulación de la aeronave se ha percatado de tu dilema y ha decidido contribuir a tu vigilia colocando la ventilación al mango: en cualquier momento anuncian escarcha, granizo y ventisca, pero adentro del avión. Viajera frecuente, ventajas (?) de ser una "trasplantada" en el Valle, estuviste atenta a la posibilidad de esta situación (ya sea por aire o por tierra, es regla que te cagues de frío o de calor; nunca la pegan con la temperatura, lpm!). Por lo tanto, te vestiste tipo cebolla: te quitás o te ponés las capas de acuerdo al termostato.
Como saliste a las apuradas (obviamente, TODO lo dejaste para último momento) no desayunaste. Entonces, esperás con anhelo la llegada del bendito carrito con las vituallas que saciarán tu hambre. El amable ayudante de abordo te hace entrega de tu cajita feliz: galletitas de limón y frutos rojos, bocaditos de queso y ¡café! Te detenés y disfrutás de los manjares, que siempre tienen gusto a poco, y, en honor a la bobe que llevás en tu interior, te guardás lo que te sobra en la cartera, viejo cementerio de sobres de ketchup, azúcar, edulcorante y galletitas, que seguro vas a necesitar.
El reloj sigue corriendo, mas aún falta un trecho. Vas sintiendo los efectos de la abstinencia tecnológica. Querés chequear todas las redes sociales: face, instagram, whatsapp. ¡Al pedo, que la gente que conocés está laburando (sos vos la que anda de joda, nomás) y no te va a mandar un puto mensaje! Igualmente, te pica la mano, extrañás el peso del celu en tu palma... Adicta al 100%
Para distraer tu cerebro leés la revista de la aerolínea. A diferencia de las publicaciones que plagan las salas de espera de los consultorios y las peluquerías, esta pertenece a la presente década. A pesar de las publicidades de cosas que jamás estarán dentro de tu presupuesto, las notas zafan: lugares paradisíacos, personalidades interesantes...
Repentinamente, se oye la voz de la azafata que pincha tu burbuja lectora. Se inicia el descenso. Y ahora llega la mejor parte: bajarte del avión y ver a tu familia. Que muy lindo el trayecto; sin embargo, lo que te llena el corazón es lo que te aguarda detrás de las puertas automáticas.


martes, 19 de abril de 2016

Putas expectativas


¡Qué difícil es manejar las expectativas! 
Aún cuando hacés todo lo posible por evitarlas, por no embalarte, por dejar que la vida fluya, tu mente, esa maldita traidora, pergeña junto con el forro de tu inconsciente miles de escenarios de lo que podría llegar a suceder.
Independientemente de que clames ser realista, es innegable que en tu fuero más interno vivís de ilusiones. El optimismo innato te empuja a esperar siempre lo mejor, a creer que todo va a resolverse a tu favor, que vas a encontrar la manera, la salida, la solución a los dilemas que te acucian, a esa situación que te jode, a la piedra que está estorbando en tu camino.
El problema surge cuando la realidad te pega un bruto cross de derecha y se choca de frente y sin desacelerar con tu ingenuidad. Es entonces que caes en un espiral de depresión. Y pasás al polo opuesto: la vida es una mierda, una porquería, nada te sale bien, te dan ganas de mandar todo y a todos a la remismísima puta concha de su hermana. No bancás a nadie, ni siquiera a vos.
Tal vez este estado de bronca, odio y negatividad total no te dure más que un día... pero es un día del orto. Y detestás sentirte así, te desagrada sobremanera tenerte lástima, lo cual provoca que te calientes más. A lo que se suma la gente que piensa que es correcto pedirte específicamente que no te enojes por las pajereadas que hacen. Jamás es aconsejable que opinen acerca de cómo debés sentirte o comportarte; en esos momentos, es directamente riesgoso.
A veces considerás que lo más saludable sería dejar de interesarte, apagar tus emociones, ir por el mundo disfrutando de lo que se te ofrece y nada más. Si no esperás, no te desilusionás. 
Sin embargo, vuelve a asomar su cabeza esa maldita veta positiva que te lleva a entusiasmarte nuevamente. Como una niña volvés creer en los reyes, en papá noel, en el príncipe azul. Porque la estupidez es de lo más resiliente.

lunes, 11 de abril de 2016

Infección


Te la veías venir. A lo lejos, vislumbraste la posibilidad, aunque la negaste (¡que tenés un máster en el tema!) por diversos motivos. Sobre todo, por terca. Y más que nada, por cagona. 
De tu última aventura no saliste incólume. En el viaje perdiste algunas partes, se te desdibujaron otras. Casi casi que te fundiste con el entorno y te costó reconocerte después. Es más, tuviste que parar, mirar alrededor, hacer stock y chequear qué era realmente tuyo y que se te había pegado por ósmosis.
Es natural que un contacto tan prolongado genere ese efecto. El problema es cuando la adaptación es tal que dejás de ser un individuo y pasás a formar parte de otra entidad. Y en esa entidad no sos la voz cantante, no sos vos. Lo peor es que la culpa (¡hola, amiga mía!) no es del otro. Es toda todita tuya. El miedo al rechazo ataca nuevamente y vos inconscientemente hacés lo que sea para evitarlo. 
Sin embargo, hoy no sos esa mina. Recuperaste tu singularidad. Recobraste características olvidadas. Retomaste viejas prácticas que te hacen como persona. Te rearmaste. ¿Y ahora?
Te la veías venir. Poco a poco, se te coló debajo de la piel. Casi sin darte cuenta, se metió por resquicios de tu armadura. Cuando notaste los primeros síntomas de la infección te paralizaste del miedo. Porque contabas con que la distancia era un obstáculo para cualquier escalada sentimental. Pero las charlas maratónicas y lo que vislumbraste en ellas, las banalidades y las disquisiciones filosóficas, el humor y la piel, horadaron tu resolución. 
Y te viste en la necesidad de refrenar tu lengua. Te encontraste pensando cosas que no debés expresar, que no sos la única con taras emocionales. Sabés que estás ahí de pisarte sola. Y entre los nervios y las putas mariposas oscilás. Asumiendo y no. Queriéndotela jugar y no. 
Mientras tanto, todo sigue su curso. Eso que sentís está, moviéndote, creciendo, coloreando tus pensamientos. Y aflora una sonrisa boba. Y te sale un comentario tierno. Y te preocupás, porque te importa. 
Existe la probabilidad de que te quemes, de que sufras, de que no se dé. Está bien. Este es el juego. Juguemos.


jueves, 7 de abril de 2016

Siguiendo


A veces, la máscara se resquebraja
y por las grietas te asomás

y el dolor gotea por los resquicios abiertos
y la angustia se drena
y no se acaba

y el pecho se hincha
y se llena
y no explota

porque hay que mantener las apariencias
porque no hay que mostrar debilidad
porque vos tenés que poder...

poder qué?
poder aguantar?
poder resistir?

poder seguir
a pesar de todo
a pesar de todos

Pero, puta, que es difícil...


miércoles, 6 de abril de 2016

De la cólera y sus razones


Vas por la vida con la mejor onda, tratando de entender al otro, de utilizar toda la empatía que tenés para ponerte en su lugar y comprender el por qué de determinadas acciones. Siempre intentás pensar las causas del comportamiento ajeno y buscás justificarlo, que te negás a ver lo peor. 
Pero existen ocasiones en las que la empatía se va a la re mismísima mierda y te calentás como pipa. De un momento a otro ves todo rojo, se te acelera el pulso, te bulle la sangre y te brota el instinto asesino. En estas situaciones, se te traba la cabeza y el poco filtro que con tanto cuidado creaste, desaparece: decís las peores cosas, de una, a la cara, sin medir ningún tipo de consecuencia. 
Quienes caen en la mira de tu odio (porque no hay otro modo de llamar a ese sentimiento de asco, bronca y ganas de aniquilar) no saben de dónde sale esa catarata de insultos y palabras hirientes. Te transformás de tal manera que si las miradas mataran, más de uno ya estaría mirando cómo crecen las margaritas de abajo para arriba (Porota dixit). 
No es aconsejable que el sujeto (o la sujeta, que no hay que ser sexista en el lenguaje) en cuestión intente calmarte, ni de palabra ni con gestos. Como si fueses una fiera salvaje, lo aconsejable es alejarse lentamente y permitir que la ira se disipe con la distancia del agente que la ha provocado. 
El arrebato homicida se evapora de manera súbita, igual que como arribó, y para el depositario, de similar y misteriosa forma. Sin embargo, para vos esto no carece de explicación: esperás de los demás aquello que harías; el mismo compromiso, respeto, atención... Todo lo que das, lo ansiás. Quizá este sea el error que cometés; el otro puede no estar en tu sintonía. Pero explicáselo al músculo sensible que vive en tu pecho, ese que no atiende razones, que no se aviene a la lógica, que persigue lo que anhela, ciego y sordo.
Y es ahí, en el choque de tus deseos y la realidad, donde reculás cual animal herido y atacás. Que la ofensiva es la mejor defensa cuando la coraza se resquebraja.

viernes, 1 de abril de 2016

De los miedos (o el rotor de la escritura)


La página en blanco, la mente embarullada, el corazón en la mano: temores aterradores, en ese orden o en cualquiera. Ante cada uno de ellos te preguntás por qué, para qué, para quién. Causas, finalidades, destinatarios...
El bloqueo de escritor se ve beneficiado de los otros dos. Comprobaste que la felicidad no es conducto de la creatividad. Que necesitás del dolor, del desgarro, de la lucha interna para que baje la musa y te haga digna de inspiración. Es como funcionás, ya que la constancia no es tu punto fuerte. Y si no estás movilizada, las palabras no fluyen, las ideas no florecen y te volvés Belén Franchese y su lluvia de corazones.
El tumulto cerebral es inevitable después del sopor de años de rutina. Ahora todo es analizable. Tenés tiempo, predisposición y, especialmente, ganas de encarar el meollo de distintas cuestiones que, quizá, antes eran lejanas, inexplicables, intrascendentes. Descubrir la razones de tus actos, de los ajenos. Comprender aquello que moviliza al otro, ese otro que no registrabas en la inmediatez de la cotidianidad y sus exigencias. Observar, entender, y si pudieras, prever las reacciones incita tu natural curiosidad. Además de ayudar a llenar el blanco del papel virtual.
Y, los putos sentimientos... que cuando sentís, te desangrás. No hay punto medio: si abrís las compuertas, es de par en par. Familiares, amistades, amores. Si dejás entrar a alguien no hay vuelta atrás. Una vez que tomás la decisión consciente de aceptar lo que te pasa, lo que la persona despierta en esa caja de resonancia que traés en el pecho, te hacés cargo de tal forma que incluso el mínimo inconveniente te desarma, te lastima, te desmorona. Es por eso que tratás de aferrarte a la coraza con uñas y dientes, y las demostraciones de cariño no son la norma en tus relaciones (excepto, claro está, con los frutos de tu vientre, a quienes perseguís y cargoseás y ahogas en besos y abrazos). Has sufrido decepciones como todos pero no pudiste manejarlas de otra manera que no sea apagarte y alejarte y cerrarte. Entonces, evitás que arranque y traquetee el corazón para resguardarlo. Pero no siempre está en tus manos la llave de ignición. Y ahí reside el problema: carecés de control. 
Sin embargo, también es ahí en donde está la solución, o mejor dicho, acá.