miércoles, 15 de junio de 2016

De la constancia (o de cómo te distraés con... ¡ay! ¡¡¡un perro con la cola peluda!!!)


Si hay algo de lo que nadie, pero nadie te acusaría es de ser constante. A lo largo de tu existencia has comenzado miles y miles de actividades: inglés, guitarra, karate, baile, gimnasia, aerobics, danza jazz, zumba, etc, etc, etc... Lo único que llevaste hasta el final fue tu carrera, aunque cuatro años después de lo esperado... ¡Pero la terminaste! 
Tenés un periodo de atención muy escaso, te aburrís fácilmente. Las cosas pierden su brillo con rapidez y te resulta imposible mantener el interés a lo largo del tiempo. Esto aplica diferentes aspectos de la vida. Trabajos, inquietudes, pasatiempos, relaciones... Casi todo viene con fecha de vencimiento. 
Arrancás con mucho ímpetu, le ponés todas las ganas, mas el resultado tiene que llegar ya. Porque a la poca constancia se le suma la nula paciencia. ¿Metas a largo plazo? ¿Qué es eso? Lo que querés, lo querés a-ho-ra
Si esto no se cumple, así de embalada como estabas, en un segundo te distrajiste y a otra cosa. Como una mariposa, vas de situación en situación, de persona en persona... 
Ahora, tampoco es imposible que te enganches. Mucho depende de la respuesta que recibas a tus avances. Si estás realmente metida podés llegar a esperar... un rato... Aunque rogar no es lo tuyo. Y hay algo que los años te han enseñado: NADIE es irremplazable. ¿No funcionó con X? No importa: ya vendrá alguien más. 
Porque a pesar de todas tus cualidades contraproducentes, también poseés aquellas que te redimen, como el perenne optimismo, que no te deja caer tan profundo y te empuja a continuar, a seguir a pesar de los obstáculos y de las desilusiones, a empezar de nuevo y seguir revoloteando hasta que encuentres la flor que logre captar tu interés. Tal vez por un segundo, unas horas o toda una vida.

martes, 14 de junio de 2016

De las tareas hercúleas (o cómo hacerte un enema de orgullo y reconocer los errores)


Cuando alguien te falla, te decepciona, sos rápida para castigar. Te ofendés con facilidad si la persona significa algo para vos. Si no es cercana o no te interesa quizás ni registres el desplante. Te cuesta perdonar. Preferís cortar todo tipo de relación y hacer de cuenta que jamás, jamás hubo interacción entre vos y ESE/A.
Ahora, ¿qué pasa cuando la cagada te la mandás vos? Cuando sabés con certeza que la que estuvo en falta, no pensó en el otro sos vos, ¿qué hacés?
Dicen que la mejor defensa es un buen ataque. Por lo general, te regís por este lema. Es tan profundo el temor a salir lastimada que solés huir. Entonces, ante la mínima posibilidad de exposición al dolor, pegás vos. Así te "cubrís" y te evitás la angustia.
Pero, existen ocasiones en las que tu golpe preventivo es injustificado. Obvio que te percatás de esto después de mandarte el moco, ¿no? Con esa afición por actuar instintivamente y reflexionar a las tres cuadras...
Es este uno de tus momentos más chotos. Aceptás tus falencias, mas llevar a cabo la acción de pedir disculpas es de lo más complejo. Implica exactamente lo que pretendías sortear: arriesgarte al rechazo. Sin embargo, de lo que no se te puede acusar es de esquivar el bulto una vez que te decidiste. 
Y ahí vas, con el orgullo enrolladito en el bolsillo, con el corazón en la mano y la frente en alto. El paso lo diste; queda en el otro aceptar o no. Y si te rompes, que al menos sea con dignidad. 

domingo, 12 de junio de 2016

Identificando pelotudos


Hace unos días tuve el displacer de descubrir el hijo de puta prejuicioso y discriminador que todos llevamos dentro (porque "quien este libre de pecado..." y toda esa movida) en quien consideraba una persona copada, abierta, pensante. Perdón, mala mía.
Creo que es imposible no ofender a nadie en el transcurso de nuestra vida. A veces por ignorancia, otras por descuido, en ocasiones solemos hacer afirmaciones que joden, que duelen, que atentan contra el prójimo. Así como cometemos el error, lo ideal sería disculparnos con el afectado, tratar de comprender sus razones y rever nuestra postura y su validez. 
Peeeeero... No todos reaccionan así. Hay quienes, no contentos con lo dicho, buscan las peores formas de justificarse. Estadísticas (vaya uno a saber de dónde garcha las sacaron), casos representativos, axiomas falaces, y demás herramientas intentan acreditar esa barrabasada afirmada. Si lo anterior no surte el efecto deseado, se acude a la exclusión del interlocutor justamente ofendido del grupo "despreciado". Entonces surgen frases como Pero vos no sos así, o No te pareces a ellos, y mi preferida Para mí, vos sos la profe, no una X (inserte aquí el colectivo degradado). Como si fuera posible escindir de la persona características intrínsecas que forman su identidad. O sea, macho, si no me aceptás enterita, con todas mis condiciones, ni te gastes...
Y cuando nada funciona, aparece la carta "salvadora": el injuriador se transforma en injuriado y se abraza a su moral agraviada tirándole la pelota a la real víctima: ¡Después de todo lo que te dí, me bloqueás, así como así!, No puedo creer que no me hables más por esto, etc, etc.
En fin, que el mundo está lleno de pelotudos y esquivarlos es un trabajo en proceso.




jueves, 9 de junio de 2016

Vos


El puño en el pecho
La garganta cerrada
La mente en blanco
Y las palabras que no alcanzan

Un recuerdo asoma
Una lágrima nace
La sonrisa la atrapa
A ella, a las otras no

Alejarse para no sufrir
Decidir antes de que sea tarde
Pero el corte nunca es limpio

La coraza quebrada
Las defensas olvidadas
Con la herida en carne viva
Encogida espero
Y espero
A que no duelas más