domingo, 28 de febrero de 2016

Control de impulsos: aplazado (cuando sabés que no... pero igual!)


A pesar de tu decisión consciente de caminar por la senda del bien, atrayendo buena energía, preocupándote por el karma, por tu crecimiento personal, etc, etc, existen ocasiones en las cuales sabés que deberías alejarte, pero no lo hacés. Lo "correcto" se da de lleno contra las "ganas" y no hay dudas en tu mente acerca de cuál tiene todas las de ganar.
Sos consciente de que no es la decisión más inteligente. Que puede causar problemas. Que tal vez luego te arrepientas. Sin embargo, el impulso es una fuerza imparable. Es tu parte oscura (sí, está ahí, la sentís) que no mide consecuencias. Y si lo hace, las descarta porque no importan en este momento. Como Scarlet O'Hara, lo pensarás mañana.
Adrenalina, nervios, lo prohibido y (justamente por eso) lo deseado te empujan y te dejás llevar. Muchos te han señalado que a veces tenés el control de un niño, que las sensaciones te obnubilan y que actuás. Y te hacés cargo de que es verdad. Y te responsabilizás, aceptás esa falla de criterio. Y te mandás, te tirás de cabeza sin saber si la pileta está llena o no. Y casi, casi, sin saber nadar.
¿Una veta autodestructiva? ¿Resabios de la adolescencia? ¿Falta de maduración? No te parece. Más bien es conocerte, aceptarte con lo bueno y lo malo. Abrazar tus cualidades y defectos. Ser honesta con vos misma. Aunque pueda perseguirte la culpa después. También la conocés a ella. 

miércoles, 24 de febrero de 2016

Aprendiendo de los errores (o esos momentos Karina Olga de la vida)

Dicen que locura es repetir las mismas acciones y esperar un resultado diferente. Entonces, para no confirmar el diagnóstico que han hecho otros sobre vos misma, tratás de aprender de tus errores. Cada interacción que tenés, positiva o negativa, la tomás como experiencia y guardas la data para futuras referencias. Pero, en ocasiones, este acercamiento científico y estructurado falla y bajás la guardia. Una pregunta que te descoloca, una conversación relajada se encamina por un derrotero que no preveías y ¡zas!, ahí la tenés a la boluda, haciendo las mismas pajereadas de siempre... Y, para reforzar esa sensación de "¡Si seré pelotuda!" te das cuenta de la cagada y la querés arreglar. 
Y es acá cuando la terminás de embarrar, porque lo que vos pensaste que era una salida elegante del embrollo en el que solita, solita te habías metido, no es otra cosa que una pira funeraria en la que te vas quemando palabra a palabra. Cada letra que agregás es un tronquito más. Sin embargo, estás tan convencida de que todavía la podés zafar que seguís. Frases explicativas que intentan ser graciosas y fracasan estrepitósamente; emoticones y circunloquios que demuestren un desinterés cool... Mirás tus manos como si pertenecieran al enemigo; tus dedos, desenfrenados, escriben argumentos sin ton ni son. Hasta que te rebooteas, recuperás el control y lentamente te alejás del teclado.
Es el momento de hacer control de daños. Desde el hermoso pocito que te cavaste observás la situación. No existen muchas opciones que te permitan recuperar la dignidad. No te queda otra que asumir las consecuencias de tus actos... o borrar ese chat. Ojos que no ven y todo eso...
Y, cual adicto empezás la cuenta otra vez: un día sin incidentes... hasta la próxima vez que se te tilde el cerebro y tires en lugar de empujar.

jueves, 11 de febrero de 2016

Positiva (está todo muy bien ¿o todo para el orto?)


Hoy es uno de esos días en que no sabés para qué lado disparar. Esos que empezaron para atrás. En los que te levantaste con el pie izquierdo. Y encima pisaste mierda. Figurada, no literal (¡aunque a esta altura ya no descartás nada!).
El sentimiento es que, cual Gruñosito, te sigue a todas partes una pequeña y preñada nubecita que no hace otra cosa que joderte. Y que las cosas que en otro momento saldrían bien, hoy salen para el orto. Así, sin metáforas ni bonitas palabras: para el orto.
Quizás, hayas alcanzado el punto de quiebre. Tal vez, la última gota no rebalsó el vaso, sino que lo hizo explotar en ocho millones de pedacitos. No era agua, era napalm. 
A pesar de todo lo que te sucede, siempre tratás de poner la mejor, de pensar en positivo, de buscar algo bueno entre la porquería. Generalmente, intentás justificar acciones ajenas, empatizar y comprender el por qué de las hijaputeces que hacen los demás. Te recordás que las actitudes de los otros son el reflejo de ellos y no tuyo; que no podés controlarlos; que sus hechos son el resultado de su vida y no dependen de vos. Mas llega un momento en el cual estos recursos lógicos no sirven para una mierda. No existen excusas y realmente lo que hacen los otros ¡TE lo están haciendo a VOS! No a la vecina, no al señor del quiosco... no, no, a VOS. Y no lográs entender cuándo fue que esa persona que creías conocer se dio vuelta como una media y dijo: "Le voy a joder la existencia".   
Y ahí es en donde surge una forma de autoflagelamiento de la cual sos re fan: la culpa por aproximación. ¿Cómo no te diste cuenta del potencial de dicho personaje para la conchudez extrema? ¿Cómo hiciste para pasar por alto las señales de que detrás de una hermosa fachada de alegría y amor se escondía el egoísmo y la irresponsabilidad? ¿Te das cuenta que te la vas a tener que fumar de aquí a la eternidad?
A veces tomamos decisiones envueltos por el velo rosa del amor, creyendo que este todo lo puede, que las dificultades (todas) son superables, que hay que lucharla siempre y al final del camino te esperan globos y risas y nueces y perdices. Repentinamente, te pasa algo así... y te deja regulando. Es un cachetazo, un baldazo de agua fría, un golpe al pecho que te deja sin respiración. Cuando finalmente podés volver a tomar aire y das una gran bocanada, empezás a ver el mundo con otros ojos. Ahora, ¿cómo evitar desconfiar de cada ser que te cruces? ¿Cómo obviar un futuro de cinismo e incredulidad? ¿Vale la pena arriesgarte otra vez? 
Hoy, no lo podés contestar. Seguro, mañana tampoco. Por las dudas, metés en la cartera un paraguas, te peinas, te pintás y arrancás. Porque la vida sigue y no te espera. Y si te detenés, si te dormís, cagaste, y le diste la satisfacción a los que te quieren ver destruida. Y si hay algo que odias, es darle la razón a los demás. Aunque sea por testarudez, por orgullo, juntás de a uno tus fragmentos y te rearmás. Medio baqueteada, con una cachadita por acá y por allá, caminás. La cabeza en alto y la mirada al frente, atenta a la próxima curva, que la carrera está lejos de terminar.