domingo, 15 de octubre de 2017

Maternidad




Antes de empezar, vale la aclaración de que esta es mi opinión. Mi opinión personal, como se dice hoy en día, en estos tiempos amantes del pleonasmo. Esto no es LA verdad, sino MI verdad. Aunque suene relativista, no estoy en el negocio de los absolutismos ni de la evangelización: no me interesa convencer a nadie, ni traigo la buena nueva.
La maternidad es una elección y no un mandato. Reformulo: la maternidad debería ser una elección y no un mandato. No es un imperativo biológico para todas las mujeres. No es necesario para sentirse plena. No es necesario para SER mujer. 
Es una decisión. Una decisión que no se toma a la ligera, aún cuando al hacerlo no sepamos muy bien a qué vamos a enfrentarnos, cuáles son las habilidades que se van a exigir de nosotras, cómo va a trastocarse nuestra vida, cuántas noches sin dormir, cuántos pañales, cuántas mamaderas, cuántos chupetes, cuántas otras decisiones vienen adheridas a esa decisión primera: voy a ser mamá.
No es un trabajo. Quizá antes lo veía así, pero, por suerte, tenemos la capacidad de evolucionar en nuestro pensamiento. Hoy considero la maternidad como una responsabilidad, como un compromiso, como un vínculo que conlleva esfuerzo y te recompensa con un amor inigualable. 
Por eso creo que no es un trabajo, sino parte integral de quién soy. No sería la misma si no fuera madre de una hija de 13 y un hijo de 6. A través de este vínculo crecí ya que pude comenzar a pensar a mi madre como mujer, como persona y no solo como mi mamá; maduré mucho más de lo que nadie, ni siquiera yo, creía posible, porque ser responsable de la vida de dos seres humanos, y de la propia, no es una pavada. También me descubrí, me vi como realmente soy: no todopoderosa, no omnisciente, sino persona: con debilidades, con fortalezas, con genialidades y estupideces, con una capacidad infinita de amar a esos dos seres, a la vez míos y no... De ellos, independientes, con sus ideas, sus sentimientos, sus gustos, sus vidas. 
Comprendí que no están acá para cumplir mis metas, para seguir mis tradiciones, para ser quiénes yo quiero que sean. Viven, son, piensan y se equivocan por su propia cuenta... Yo solo soy una guía, quien los aconseja, los cuida, los ama... pero quien también les suelta la mano progresivamente para que elijan, para que aprendan que cada decisión conlleva una consecuencia, a veces buena y a veces no. Que aprendemos de los errores. Que está bien no poder con todo. Que siempre tienen alguien con quien contar, que no va a salvarles las papas pero los va a ayudar.
Porque ser madre no es resolverle la vida a los hijos, no es evitar que sufran, no es resguardarlos de todo y de todos. Es dar lo mejor de una para que ellos hagan su propio viaje. Brindarles las herramientas para que creen su vida. Y la vivan a pleno, con lo positivo y lo negativo, con miedos y con la fuerza para superarlos, con confianza en sus capacidades y con humildad para seguir aprendiendo. Como hace una, día a día, que no terminamos de aprender a ser madres nunca. 





domingo, 25 de junio de 2017

De la madurez



¿Qué es la madurez? ¿Qué requisitos son indispensables para "ser maduro"?

  • ¿Es necesario para contarse en la categoría olvidarse de los juegos y llevar una agenda con la vida cronometrada?
  • ¿Leer solo premios nobel, interesarse por la literatura seria, socialmente comprometida e ignorar historias plagadas de vampiros y hombres lobo?
  • ¿Conducirse con parquedad, formalidad y decoro, frunciendo el ceño ante quienes disfrutan de los momentos prescindiendo de la mirada ajena?
  • ¿Es pensar minuciosamente cada movimiento y encadenar todos los impulsos?
  • ¿Es recibirse de una carrera universitaria, casarse con la pareja de siempre, tener los 2,5 hijos que dios y la patria demandan?

Después de un extenso debate, de realizar un análisis casuístico profundo, de someter la hipótesis a un riguroso testeo científico, he arribado a la conclusión de que madurar es simplemente hacerse cargo.
¿De qué? De la propia vida, del pasado, del presente, de nuestras decisiones, de los errores, de lo que podemos cambiar y de lo que no también. Dejar de culpar a los demás por la situación que nos toca afrontar. Que tus viejos te pueden cagar la infancia es real, pero lo que vos hagas con la presencia o carencia de ellos es lo que te define como maduro. Cuando te das cuenta de que son personas, además de padres, que hicieron lo que pudieron con las herramientas que tenían y que tu vida hoy no depende de ellos... diste el primer paso.
Cuando dejás de mirar para el costado y te plantás y hacés e intentás resolver, te salga o no. Cuando sos independiente, pero sabés también pedir ayuda. Cuando pensás más allá de tu comodidad. Cuando no te medís con la vara de los otros, sino que te guías por tu moral. Cuando no juzgás, compartas o no. Cuando entendés que no te compraste la verdad. Cuando podés mirarte al espejo sin ponerte colorado, sin desviar la vista. Quizá esta última sea la más difícil.


lunes, 12 de junio de 2017

Me gustás



Me gustás,
mucho me gustás.
Me gustás tanto como para juntos hacer todo;
tanto como para juntos hacer nada.
Salir a bailar, pasear por la costa, comer por ahí,
quedarnos adentro, mirar una peli, cenar café con facturas.
Me gustás solo y con los tuyos.
Me gustás solo y con los míos.
Me gustás conmigo y sin mí.
Me gustás de tal manera que no necesito fingir, porque me siento libre.
Libre para decir, para hacer, para pensar, para disentir.
Para ser seria, para ser niña, para mostrarte mi versión de ser mujer.
Libre para ser yo.
Me gustás en las buenas.
Me gustás en las malas.
Me gustás en el texto y en el subtexto de nuestras conversaciones.
En lo que digo y en lo que no.
En lo que decís y en lo que no.
Me gustás tanto como para volverme cursi por un rato.
Y para reír hasta las lágrimas con el peor humor.
Me gustás tanto que imagino cómo hubiera sido conocerte antes de todo,
de los otros, de los hijos, de los cachetazos de la vida.
Pero yo sería otra; vos serías otro.
Y me gustás así.
Y yo me gusto así.
No voy a mentirte ni cargarte con la responsabilidad de decirte
"Sin vos me muero", que ambos sabemos es mentira.
Pero me gustás tanto que, si te parece, si te convence, si te va,
te propongo seguir gustándonos,
a pesar de la distancia,
a pesar de las adversidades.
Porque, de verdad,
me gustás.


miércoles, 8 de marzo de 2017

De la tozudez



Más de una vez te han llamado la atención por ser un poquito terca, apenitas nada más... Cuando eras chica, pequeña niña de trenza ruluda, quizá esta fuese una cualidad simpática, divertida. "Mirala, ¡qué bonita! ¡Cómo se enchincha!" Pero a medida que fuiste creciendo el encantador atributo fue trocándose en un rasgo repudiable que, según los demás, habla de tu más arraigada imposibilidad de ver el otro lado de las cosas. 
En realidad, siempre intentás ponerte en posición de mirar desde una perspectiva contraria o diferente. Buscás analizar las cosas desde un lugar distinto. Te esforzás por observar lo que ven los otros. Es más, si disentís con alguien escuchás atentamente sus argumentos, abierta al cambio en caso de que te convenzan. No porque tus creencias sean relativas, sino como una muestra más de tus ansias de aprender, de transformarte, de evolucionar. El debate te encanta: ideas que fluyen, mentes que se tocan, infinitas oportunidades de aprehender conceptos que no te hubieras imaginado si no fuese por esta charla. Tanto como lo físico, lo mental es muy excitante.
Sin embargo, cuando el interlocutor no brinda razones valederas, sustentadas, o se niega lisa y llanamente a intercambiar opiniones de manera civilizada... Ahí sí sos terca, porfiada, obcecada, intransigente, tenaz. No significa que vayas a levantar la voz, te pongas a predicar desde el púlpito, trates de convencer a la audiencia, que lo tuyo no es evangelizar a nadie. Simplemente, te retirás, con tus convicciones intactas, lamentando el momento perdido para conectar intelectualmente con el otro. Y, también, un poco decepcionada de que la gente prefiera cerrarse y no consensuar, no encontrarse a medio camino, no acordar aunque sea en discrepar.

domingo, 1 de enero de 2017

Riesgos


A los treinta y tantos, después de varias relaciones, el acercamiento a esto que es querer, amar, relacionarse con un otro en tanto pareja, cambia. Atrás quedaron esos amores desesperados de la adolescencia, ese "sin vos me muero" desgarrado, las promesas de un "para siempre" desmedido. Con el transcurso del tiempo vas conociendo a los otros y, más importante, te vas conociendo a vos misma. Se van descascarando las fantasías de la infancia: ya no esperás que te bajen la luna, ni les creés a los que prometen las mil maravillas. Sos consciente de las situaciones, tenés más responsabilidades, más exigencias, más experiencia. No calculás tu valor en base a si estás en una relación o no. Tampoco considerás que alguien deba completarte, que bien completita estás ya. Y nada ni nadie vale más que tu libertad.
Pero es por todo lo anterior que al cruzarte con la persona que te intriga, te divierte, te muestra una nueva perspectiva, algo que descubrir, de quien aprender, te permitís sentir. Sentir sin medida, sin tiempo, sin promesas incumplibles. Y sobretodo sin miedos. Sentimientos kamikazes, arriesgados, profundos. Porque esa es la manera en la que vivís, con honestidad, con independencia, eligiendo entregarte, compartiendo, disfrutando cada momento, sin cerrarte a las posibilidades. Porque la que se quede sin dar el paso, no vas a ser vos... 🔄🔋