Siempre sos la mina copada. La comprensiva. La que no se impone. Tu imperativo de agradar te obliga a cumplir este papel. Lo tenés tan enraizado en tu ser que es la respuesta automática en tus interacciones con el mundo: ¿alguien necesita una oreja? ¡Ahí está la boluda! Amigos, parejas, pretendientes, colegas... Quien fuere, sabe que estás, cual caja de resonancia, ante la cual testean o arrojan sus ideas. Aconsejás, comentás, hacés una editorial del tema que sea... Firme como rulo de estatua, escuchás sinsabores, problemas, dilemas.
El tema es ¿y a vos, quién te oye? ¿Quién te presta el oído? Que los hay, los hay. Contados con los dedos de una mano... pero existen.
El problema surge cuando tu comprensión suprema interfiere con lo que vos querés. Cuando tu empatía, tu voluntad de entender al otro, choca con tus intereses. Específicamente en el área de las relaciones amorosas.
Habitualmente, te ponés en el lugar del otro, le das su tiempo, comprendés ,o al menos intentás comprender, sus motivaciones, sus taras, sus dificultades. Aceptás sus condiciones, sus limitaciones, incluso en detrimento de tus deseos. Hasta que no das más. Hasta que te das cuenta de que te perjudicás, que no podés vivir buscando hacer feliz al resto.
Sin embargo, del entendimiento a la acción concreta hay un trecho importante. Te cuesta horrores separarte de "la copada" y ser vos, defenderte, protegerte del dolor. Asumir que más allá de tus antojos, a veces, no se da. Que es mejor y muchísimo más saludable preocuparte de tu corazón y no del ajeno. Que no es insoportable el rechazo; que no estás en la faz de este mundo para agradar a todos. Que a la única a la que le debés explicaciones o que te puede reclamar algo sos vos.
Por eso, siguiendo ese espíritu de sincericidio que te caracteriza, decí basta. Hasta acá. Listo. Ya está.
Hacete cargo de lo que sabés que necesitás. Y si esa persona no puede dártelo, habrá otra que sí esté en condiciones, mentales, emocionales, de hacerlo.
Es complicado dejar ir lo que te gusta (¡y cuánto te gusta!), mas rogar, eso sí que no es lo tuyo. Menos aún forzar situaciones, sentimientos. Las cosas se dan o no se dan. Tomá lo bueno, descartá lo malo y seguí viaje. Aprendé, interiorizá, nutrite de la experiencia. Conservá la amistad, pero no te rompas, no inviertas en lo que no va a pagar. Que la vida real no es una comedia romántica, la gente no cambia a menos que quiera hacerlo y de Julia Roberts no tenés nada.