miércoles, 24 de febrero de 2016

Aprendiendo de los errores (o esos momentos Karina Olga de la vida)

Dicen que locura es repetir las mismas acciones y esperar un resultado diferente. Entonces, para no confirmar el diagnóstico que han hecho otros sobre vos misma, tratás de aprender de tus errores. Cada interacción que tenés, positiva o negativa, la tomás como experiencia y guardas la data para futuras referencias. Pero, en ocasiones, este acercamiento científico y estructurado falla y bajás la guardia. Una pregunta que te descoloca, una conversación relajada se encamina por un derrotero que no preveías y ¡zas!, ahí la tenés a la boluda, haciendo las mismas pajereadas de siempre... Y, para reforzar esa sensación de "¡Si seré pelotuda!" te das cuenta de la cagada y la querés arreglar. 
Y es acá cuando la terminás de embarrar, porque lo que vos pensaste que era una salida elegante del embrollo en el que solita, solita te habías metido, no es otra cosa que una pira funeraria en la que te vas quemando palabra a palabra. Cada letra que agregás es un tronquito más. Sin embargo, estás tan convencida de que todavía la podés zafar que seguís. Frases explicativas que intentan ser graciosas y fracasan estrepitósamente; emoticones y circunloquios que demuestren un desinterés cool... Mirás tus manos como si pertenecieran al enemigo; tus dedos, desenfrenados, escriben argumentos sin ton ni son. Hasta que te rebooteas, recuperás el control y lentamente te alejás del teclado.
Es el momento de hacer control de daños. Desde el hermoso pocito que te cavaste observás la situación. No existen muchas opciones que te permitan recuperar la dignidad. No te queda otra que asumir las consecuencias de tus actos... o borrar ese chat. Ojos que no ven y todo eso...
Y, cual adicto empezás la cuenta otra vez: un día sin incidentes... hasta la próxima vez que se te tilde el cerebro y tires en lugar de empujar.

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