jueves, 11 de febrero de 2016

Positiva (está todo muy bien ¿o todo para el orto?)


Hoy es uno de esos días en que no sabés para qué lado disparar. Esos que empezaron para atrás. En los que te levantaste con el pie izquierdo. Y encima pisaste mierda. Figurada, no literal (¡aunque a esta altura ya no descartás nada!).
El sentimiento es que, cual Gruñosito, te sigue a todas partes una pequeña y preñada nubecita que no hace otra cosa que joderte. Y que las cosas que en otro momento saldrían bien, hoy salen para el orto. Así, sin metáforas ni bonitas palabras: para el orto.
Quizás, hayas alcanzado el punto de quiebre. Tal vez, la última gota no rebalsó el vaso, sino que lo hizo explotar en ocho millones de pedacitos. No era agua, era napalm. 
A pesar de todo lo que te sucede, siempre tratás de poner la mejor, de pensar en positivo, de buscar algo bueno entre la porquería. Generalmente, intentás justificar acciones ajenas, empatizar y comprender el por qué de las hijaputeces que hacen los demás. Te recordás que las actitudes de los otros son el reflejo de ellos y no tuyo; que no podés controlarlos; que sus hechos son el resultado de su vida y no dependen de vos. Mas llega un momento en el cual estos recursos lógicos no sirven para una mierda. No existen excusas y realmente lo que hacen los otros ¡TE lo están haciendo a VOS! No a la vecina, no al señor del quiosco... no, no, a VOS. Y no lográs entender cuándo fue que esa persona que creías conocer se dio vuelta como una media y dijo: "Le voy a joder la existencia".   
Y ahí es en donde surge una forma de autoflagelamiento de la cual sos re fan: la culpa por aproximación. ¿Cómo no te diste cuenta del potencial de dicho personaje para la conchudez extrema? ¿Cómo hiciste para pasar por alto las señales de que detrás de una hermosa fachada de alegría y amor se escondía el egoísmo y la irresponsabilidad? ¿Te das cuenta que te la vas a tener que fumar de aquí a la eternidad?
A veces tomamos decisiones envueltos por el velo rosa del amor, creyendo que este todo lo puede, que las dificultades (todas) son superables, que hay que lucharla siempre y al final del camino te esperan globos y risas y nueces y perdices. Repentinamente, te pasa algo así... y te deja regulando. Es un cachetazo, un baldazo de agua fría, un golpe al pecho que te deja sin respiración. Cuando finalmente podés volver a tomar aire y das una gran bocanada, empezás a ver el mundo con otros ojos. Ahora, ¿cómo evitar desconfiar de cada ser que te cruces? ¿Cómo obviar un futuro de cinismo e incredulidad? ¿Vale la pena arriesgarte otra vez? 
Hoy, no lo podés contestar. Seguro, mañana tampoco. Por las dudas, metés en la cartera un paraguas, te peinas, te pintás y arrancás. Porque la vida sigue y no te espera. Y si te detenés, si te dormís, cagaste, y le diste la satisfacción a los que te quieren ver destruida. Y si hay algo que odias, es darle la razón a los demás. Aunque sea por testarudez, por orgullo, juntás de a uno tus fragmentos y te rearmás. Medio baqueteada, con una cachadita por acá y por allá, caminás. La cabeza en alto y la mirada al frente, atenta a la próxima curva, que la carrera está lejos de terminar. 

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