Si hay algo de lo que nadie, pero nadie te acusaría es de ser constante. A lo largo de tu existencia has comenzado miles y miles de actividades: inglés, guitarra, karate, baile, gimnasia, aerobics, danza jazz, zumba, etc, etc, etc... Lo único que llevaste hasta el final fue tu carrera, aunque cuatro años después de lo esperado... ¡Pero la terminaste!
Tenés un periodo de atención muy escaso, te aburrís fácilmente. Las cosas pierden su brillo con rapidez y te resulta imposible mantener el interés a lo largo del tiempo. Esto aplica diferentes aspectos de la vida. Trabajos, inquietudes, pasatiempos, relaciones... Casi todo viene con fecha de vencimiento.
Arrancás con mucho ímpetu, le ponés todas las ganas, mas el resultado tiene que llegar ya. Porque a la poca constancia se le suma la nula paciencia. ¿Metas a largo plazo? ¿Qué es eso? Lo que querés, lo querés a-ho-ra.
Si esto no se cumple, así de embalada como estabas, en un segundo te distrajiste y a otra cosa. Como una mariposa, vas de situación en situación, de persona en persona...
Ahora, tampoco es imposible que te enganches. Mucho depende de la respuesta que recibas a tus avances. Si estás realmente metida podés llegar a esperar... un rato... Aunque rogar no es lo tuyo. Y hay algo que los años te han enseñado: NADIE es irremplazable. ¿No funcionó con X? No importa: ya vendrá alguien más.
Porque a pesar de todas tus cualidades contraproducentes, también poseés aquellas que te redimen, como el perenne optimismo, que no te deja caer tan profundo y te empuja a continuar, a seguir a pesar de los obstáculos y de las desilusiones, a empezar de nuevo y seguir revoloteando hasta que encuentres la flor que logre captar tu interés. Tal vez por un segundo, unas horas o toda una vida.