Hace unos días tuve el displacer de descubrir el hijo de puta prejuicioso y discriminador que todos llevamos dentro (porque "quien este libre de pecado..." y toda esa movida) en quien consideraba una persona copada, abierta, pensante. Perdón, mala mía.
Creo que es imposible no ofender a nadie en el transcurso de nuestra vida. A veces por ignorancia, otras por descuido, en ocasiones solemos hacer afirmaciones que joden, que duelen, que atentan contra el prójimo. Así como cometemos el error, lo ideal sería disculparnos con el afectado, tratar de comprender sus razones y rever nuestra postura y su validez.
Peeeeero... No todos reaccionan así. Hay quienes, no contentos con lo dicho, buscan las peores formas de justificarse. Estadísticas (vaya uno a saber de dónde garcha las sacaron), casos representativos, axiomas falaces, y demás herramientas intentan acreditar esa barrabasada afirmada. Si lo anterior no surte el efecto deseado, se acude a la exclusión del interlocutor justamente ofendido del grupo "despreciado". Entonces surgen frases como Pero vos no sos así, o No te pareces a ellos, y mi preferida Para mí, vos sos la profe, no una X (inserte aquí el colectivo degradado). Como si fuera posible escindir de la persona características intrínsecas que forman su identidad. O sea, macho, si no me aceptás enterita, con todas mis condiciones, ni te gastes...
Y cuando nada funciona, aparece la carta "salvadora": el injuriador se transforma en injuriado y se abraza a su moral agraviada tirándole la pelota a la real víctima: ¡Después de todo lo que te dí, me bloqueás, así como así!, No puedo creer que no me hables más por esto, etc, etc.
En fin, que el mundo está lleno de pelotudos y esquivarlos es un trabajo en proceso.
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