lunes, 31 de octubre de 2016


Nocturno


Toc, toc. El golpe. Toc, toc, otra vez. Se levantó de la silla, dejó el libro a un lado. Toc, toc; salió apresurada de la habitación. Toc, toc. Bajó las escaleras, salteándose los escalones Toc, toc. Era aquel sonido, toc, toc, el mismo de todas las noches. Toc, toc. Llegó a la puerta toc, toc, y como para un ritual toc, toc, se preparó y toc, toc, la abrió.

Y la vio, por primera vez como siempre. Entonces, la cachetearon los recuerdos. Cada momento vivido, las pocas risas y los muchos llantos y las oportunidades desaprovechadas y la juventud, que creía eterna, perdida… La invadieron esos ojos ajados, la sonrisa marchita, el alma enmohecida. Y sintió frío. Y al igual que cada noche, se resignó. Dejó de contemplar su imagen, cerró la puerta y escalón por escalón, subió.

domingo, 30 de octubre de 2016

Domingo



Delante de sus ojos se extiende un mar verde mecido por el suave viento, un horizonte vegetal que parece no tener fin. El ardiente sol de verano cae vertical sobre su nuca, arrancando sinuosos vapores del pasto. La tarde transcurre lenta y los minutos se acumulan uno sobre otro sin apuro.
          Atrás, se oye el griterío de los niños, los perros ladrando y las risas de los parientes reunidos para el asado del domingo. La chacra siempre ha sido el lugar perfecto de reunión dominical. Ese día, como otros muchos antes, han disfrutado de la paz y la armonía familiar. Rueda sobre su estómago y mira sin ver las figuras que se mueven en torno a la mesa, quitando los restos del almuerzo. Actúan como una máquina bien aceitada, quitando, sacudiendo y riendo.
Esa felicidad es contagiosa y sus labios se curvan en una amplia sonrisa. Pero algo empaña ese sentimiento. Algunos recuerdos despertados por un sonido particular reptan hasta acaparar su mente y van desdibujando lo que era sonrisa. Entonces, observa a esas personas. Y sus ojos se cierran fuertemente. Y entonces, ve. Ve dos largas piernas que se acercan lentamente a su cama y una mano que comienza a acariciar pelo, su cabeza dormida. Las sábanas se van retirando…

Ya no siente el sol. El viento se levanta y caen platos, vasos; una mancha blanca se eleva mientras tres pares de manos intentan retenerla. Una solitaria y amarga lágrima se desliza hasta su boca y sus brazos acunan sus piernas.

sábado, 29 de octubre de 2016

Culpable



No hay estudios científicos que la confirmen, sin embargo la noción de que la infelicidad es necesaria para escribir está muy arraigada en los que intentamos hacerlo. 
Tal vez sea una cuestión de capacidad literaria (estaría escaseando), mediocridad creativa (demasiada en stock) o una traba psicológica autoimpuesta ("problemitas", ¿vio?). La cuestión es que esto de llenar el papel (digital, virtual, que es el siglo XXI, gente) te resulta más sencillo cuando el corazón está para atrás. 
Entonces, ¿qué hacer cuando no sabés de qué carajo escribir porque lo único que te sale son poemas cuasi adolescentes, cursis, cargados de melosidad y, siendo sincera, que ni vos misma releerías? 
Cuando lográs atrapar una idea que resulta relativamente interesante, no podés plasmar un choto porque te trabás, te tildás, no te gusta nada de lo que conseguís bajar a la hoja y dudás de cada palabra, de cada giro, de cada imagen. En lugar de transmitir a un público general, solo pensás en lo que ESA persona dirá. ¿Le gustará? ¿Lo leerá y se dará cuenta de que es para él? 
Tu cínica cotidianidad se ve reemplazada por la boludez de los corazoncitos, mariposas y demás pavadas. Te reís sola, vivís prendida al celu, escuchás canciones romanticonas (tratando de mantener la línea y no desbarrancar con un Arjona, por ejemplo) y proyectás el  próximo encuentro...
Después de tanto tiempo, estás hasta las bolas. Y te das cuenta de que vas a tener que aprender a crear desde otro lugar; que debés correrte de ese imaginario y lidiar con la realidad: tu habilidad poética no depende de tu mala fortuna, sino que es como cualquier músculo que necesita constancia, trabajo, tiempo. Porque lo bueno que conseguiste no vas a soltarlo. Vale la pena, y la sequía, y las ganas de tirarte a la pileta constantemente.
Y sí, esto también es para vos. 

lunes, 3 de octubre de 2016

¿Querías sentimientos?


Cuando se termina una relación larga, independientemente de las razones, hay una idea que empieza a volverse recurrente: ¿volverás a sentir alguna vez algo igual o parecido? ¿Existirá otra persona por la cual la piedra que llevás en medio del pecho lata? ¿O terminarás sola, rodeada de gatos mientras mirás series en Netflix y le entrás duro y parejo a una napolitana con ajo? Los detalles varían (a veces la pizza es una especial con jamón) pero todas/os sufrimos esos miedos, en mayor o menor medida. Entonces, te embarcás en la búsqueda de ESA persona que refute que: 
  • "Nadie te va a querer como yo" 
  • "Nunca me va a interesar otro/a"
  • "Son todos/as iguales"
  • "Ya se me pasó el tren, lpm" 
Así, empezás a surfear las distintas aplicaciones de citas, preparás perfiles, sacás selfies a lo pavote hasta encontrar en la pila de 250, cuatro en las que mantuviste los ojos abiertos, no parecés asesina serial y guardás cierto parecido con un ser humano. Mirás, seleccionás, charlás con algunos especímenes, hasta ubicar algo más o menos interesante. Idas y vueltas, citas, progresión, puf, desaparición. Tuya o ajena, la cuestión permanece: no hay clic, no surge esa atracción, ese "mmm, pero mirá vos!" que te hace detener y buscar conocer el interior más allá del exterior.

Hasta que sucede. Igual que con las llaves (las muy conchudas nunca están donde las dejaste), cuando menos lo esperás y en el lugar menos imaginado lo hallás. Una conversación pasa de lo público a lo privado, del chiste a lo filosófico, y terminás hablando con un desconocido como si fueran amigos de toda la vida. La virtualidad ayuda a tu natural timidez y el vínculo se forja a pesar de tus reticencias. Poco a poco vas cayendo, vas creando una rutina de mensajes, fotos, videos de la vida diaria, de experiencias compartidas... Y te das cuenta de que estás hasta las bolas.

Al fin, lograste lo que deseabas: confirmaste que te interesa otro, que no son todos iguales y que no se te pasó el tren (quedan un par de estaciones, che). PERO (siempre hay un pero muy hijueputa) en tu apuro por sentir otra vez, no te percataste de que el "interés" (por ahora llamémoslo así) trae a sus hermanitos: inseguridad, incertidumbre, paranoia y celos. Ahora, te acordás que esta etapa, con todas sus delicias y la adrenalina de la novedad, es la que más te hace sufrir. Quede asentado en actas que no tiene que ver con el otro, sino que la complicadita, la que empieza a darse manija sin asco y al pedo, la que tiene una imaginación súper activa (un plus en determinadas ocasiones y una bosta en otras) sos vos. ¿Querías sentimientos? ¡Ahí tenés! LCDLL!!!!