miércoles, 2 de noviembre de 2016

Omnipresente



Cuatro y cuarto de la madrugada y yo sin dormir, recordando, como ayer, como siempre, todo lo que vi, oí, olí, toqué, degusté durante este día. Doy vueltas en mi cama, insomne, como desde hace quince años, desde ese martes fatídico en el que me di cuenta de que no podía olvidar. Las exactas palabras de Lucía dejándome parado en la estación de trenes me persiguen hoy y lo harán para siempre. “Me ahogás, necesito estar sola, encontrarme conmigo misma, ¿entendés?”. Después de quince años de darles la vuelta, para un lado, para el otro, del derecho, del revés,  sigo sin entender. Cada detalle de esa tarde está grabado en mi mente: su pelo revuelto, la solitaria lágrima en su mejilla y el nervioso reloj de su muñeca. El apuro de los que terminaban su día y el desgano de los que no querían volver a casa. El olor a sudor del día de trabajo y el vocerío de los grupos de estudiantes. También estoy yo en esa imagen; pero no soy yo sino un amasijo de sentimientos revueltos: sorpresa, desesperación, enojo y deseo… Aún en ese momento no pude abstraerme de su belleza, de lo que sus ojos provocaban en mí.
Cinco menos cuarto y Lucía acá conmigo. Quince años y no logro desprenderme de esa sensación que me arrebata cuando la veo, la imagino en mi cabeza. A partir de ese instante en que se convirtió en un borrón corriendo el tren mi mente se niega a olvidar. Malos, buenos, mejores, peores, sublimes, patéticos, vergonzosos o dignos, me es imposible deshacerme de los recuerdos. No me protege el olvido, me acorrala la presencia.

Casi las seis. El cielo aclarándose lentamente, el estruendoso piar veraniego y arriba otra vez. Para ver, oír, oler, tocar y degustar, con ella a mi lado, omnipresente.

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