Te cuesta.(¡Puta, cuánto te cuesta!). No querés dar muestras, ni el brazo a torcer: Que no... que está todo bien... que no es así... que seguro se te pasa... que en realidad es un autoengaño... que... que...
Mil y una excusas para no ver la realidad. Porque sabés que no hay vuelta atrás. Porque sos consciente de que una vez decidida, vas hasta el final. Te tirás de cabeza y a nadar. No podés meter freno; no conocés otra forma, otra manera.
Pero aún así, te refugiás en el lenguaje, en tu aliado eterno. Y recurrís a circunloquios, a metáforas, a imágenes. A lo burdo o al guiño. Hablás medio en serio, medio en chiste: todo en crudo, con el corazón palpitando y abierto, expuesta para quien lo sepa ver.
Que cuando te enamorás, apostás todo y no te guardás nada. Que cuando te enamorás, encontrás tu faceta más fuerte y vulnerable a la vez. Que cuando te enamorás, lo hacés con la misma inocencia de la primera vez.
Y sí, ahí voy de nuevo. No me dejes caer.
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