La culpa y yo tenemos una larga y productiva relación. Como toda mujer judía que se precie, la he sentido y ha maleado mi forma de actuar. Aunque debo asumir que en varias oportunidades me he mandado macanas con conocimiento pleno de que iban a provocar un culpa-fest interesante.
De cualquier manera, este sentimiento es difícil de manejar. Qué decir, cómo hacerlo, o no hacerlo, callarme para evitar dolor a otros. Interrogantes constantes en mi vida, que provocaron mucho estrés, ya que colisionaban de frente con mi honestidad bruta. Entonces, ¿cuál es la medida justa entre lo que yo necesito y la consideración hacia otros?
Como ya he escrito, cada decisión que tomamos implica una serie de consecuencias. Si somos maduros y responsables, deberíamos hacernos cargo del resultado de nuestras acciones, del impacto que producen en otros.
Hace unos años, decidí iniciarle un juicio por paternidad a mi progenitor. Obviamente esto trajo aparejados otros quilombos. Mensajes del hombre en cuestión, de sus hijas, pedidos de reconsiderar, de mantener todo envuelto en el mayor de los secretos... La ocasión me llevó a mi primera sesión de psico, más que nada para poner en orden mis pensamientos y emociones; entre ellas, la culpa por la debacle que significaba mi acción en la familia de este sujeto. Lamentablemente, la profesional que elegí en ese momento no fue de gran ayuda. Pero logré, tal vez por mi edad, por mi situación familiar, por ver a mis hijos y escuchar sus preguntas acerca de dónde estaba mi papá, dejar el remordimiento de lado. Prevaleció mi derecho a saber, a la identidad, por encima del disgusto de mis medio hermanas, del odio que percibí en nuestras pocas y escuetas interacciones. Si había alguien a quien ellas deberían culpar es a su padre. Pero cada familia es un mundo, cada uno/a lidia con lo que le toca como puede y yo no me quise hacer cargo de esa culpa. Por más que ellos tomaran la decisión de ponerla sobre mí, yo no la aceptaría. La cagada se la mandaron otros, esto es solo el resultado.
La vida me ha llevado a otras decisiones que sí caen por completo dentro de mi órbita de responsabilidad. Soy la causante del dolor en otros. No es algo que lleve a cabo sin sopesar las posibilidades. Son cuestiones pensadas y repensadas. Mas llega un punto en el cual no existen buenas alternativas: cuando algo se rompe, no es posible recomponerlo. Así, sea cual fuere el camino que se elija, es inevitable causar algunas bajas. La cuestión es el modo: lastimar a los interesados por ser ladina y mala persona, o hacerlo por ir de frente, mostrando las cartas, llamando a las cosas por su nombre. Sabiendo que la culpa hará acto de presencia de una forma u otra, solo una opción es viable: la que me permite mirarme al espejo sin vergüenza. Nuevamente, los otros tienen la libertad de querer enterrarme en remordimientos, en acusaciones; incluso de querer revancha. Sin embargo, vuelvo a negarme; sigo adelante de la única forma en que sé: honesta a pesar de todo y todos.
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