El optimismo es un rasgo característico de tu persona. Siempre buscando lo mejor en otros, te has comido varios garrones. Recelar no es tu primer impulso, para nada. Creés que la gente no tiene segundas (o terceras o cuartas) intenciones. Esa mezcla de inocencia y honesta terquedad (ya que no hay forma de que entiendas que aunque VOS no seas capaz de hacer X cosa, los demás pudieran no tener tus mismos escrúpulos) te ha hecho sufrir y desilusionarte en numerosas ocasiones. Colegas, amigos, conocidos, parejas, amantes... En todos depositás tu confianza, esperando de ellos aquello que entregás.
Sin embargo, esta capacidad innata para la resiliencia es la misma que te lleva a arriesgarte nuevamente; la que evita que te recluyas, que huyas de las oportunidades que se te presentan. Si antes no resultó, no significa que esta situación siga también por ese camino. Así, volvés a probar, quizás con un poco más de prudencia (tampoco tanta, que frenar impulsos no es lo tuyo precisamente) pero con iguales ganas que la primera vez.
Existen momentos en los que te cuestionás tu proceder, vislumbrando en él una suerte de romanticismo encubierto, de perenne esperanza sentimentaloide, más apropiado para alguien amoroso, dulce, derrochador de simpatía y sonrisas que para vos... (nadie te describiría así jamás). ¿Será otra muestra de tus contradicciones? ¿Será que entre lo que proyectás y lo que sos hay vitales diferencias? No por una intención consciente de falsedad, sino como tu armadura, tu única defensa frente al mundo.
Sea cual fuere la causa, volvés a apostar, volvés a intentar, pase lo que pase, pese a quien le pese. Que si hay un obstáculo en tu vida, no vas a ser vos.
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