miércoles, 3 de agosto de 2016

Del gataflorismo (o cuando no sabés qué carajo querés)


Ahí vas. Otra vez al ruedo. Te sacudiste el polvo de las rodillas, resultado del último revolcón. Te acomodaste los rulos, retocaste el rouge, enderezaste los lentes y arrancaste de nuevo. La ropa está un tanto arrugada, la sonrisa baqueteada, la ilusión en baja y el cinismo en alta, pero el espíritu intacto. 
Te gusta arriesgar... Mente, corazón, todo. No te guardas nada por la posibilidad (esa puta posibilidad). Y te asusta tanto que no se dé como que sí. En el primer caso, porque implica un pequeño duelo (uno más y van...), rever en qué la jodiste (acción o elección), tratar de aprender y barajar una vez más. 
Sin embargo, la otra opción es aún más aterradora. En palabras de Oscar Wilde: "Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad." ¿Qué pasa si se convierte en realidad? ¿Cómo manejarías esa situación? ¿Cómo se compaginan sin choque ni conflicto todas tus partes? ¿Estás en condiciones? ¿Tu vida está en condiciones? 
Para que la combinación fluya lo más armoniosamente posible deben conjugarse una serie de circunstancias, los astros, los hados... Vamos, que necesitás ayuda divina para al menos probar. 
¿Y si no podés y la cagás? ¿Y si salís peor de lo que entraste? ¿Y si no sufrís solo vos? ¿Y si...? 
Y ahí vas. Otra vez en la rueda, comiéndote el marote por algo que tal vez, quizá, quién sabe suceda... o no. Machacando la idea, estirándola, retorciéndola, desarmándola para reconstruirla, así, asá... 
Cortala, nena. Dejá de pensar y disfrutá. No te adelantes, no te acojones, no te boicotees y fluí. (¡Ja! ¡Como si fuera tan fácil!)

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