Esta vez la escritura más que catártica debe ser energizante: no podés quedarte dormida en el avión y pasar un papelón.
En varias oportunidades has asistido al espectáculo unipersonal de aquel que cae en los brazos de Morfeo en un espacio público. Ronquidos, caras, salivación excesiva, emisión de gases tóxicos... Todas eventualidades plausibles cuando se baja la guardia, el cuerpo se relaja y la mente se toma un respiro. El resto del pasaje oscila entre el desagrado (los más correctos y pudorosos) y la risa franca (los espontáneos, los divertidos y los que disfrutan de la desgracia ajena). Como te has contado entre los últimos, no deseás someterte al escrutinio y convertirte en depositaria del escarnio.
Gracias a dios, la tripulación de la aeronave se ha percatado de tu dilema y ha decidido contribuir a tu vigilia colocando la ventilación al mango: en cualquier momento anuncian escarcha, granizo y ventisca, pero adentro del avión. Viajera frecuente, ventajas (?) de ser una "trasplantada" en el Valle, estuviste atenta a la posibilidad de esta situación (ya sea por aire o por tierra, es regla que te cagues de frío o de calor; nunca la pegan con la temperatura, lpm!). Por lo tanto, te vestiste tipo cebolla: te quitás o te ponés las capas de acuerdo al termostato.
Como saliste a las apuradas (obviamente, TODO lo dejaste para último momento) no desayunaste. Entonces, esperás con anhelo la llegada del bendito carrito con las vituallas que saciarán tu hambre. El amable ayudante de abordo te hace entrega de tu cajita feliz: galletitas de limón y frutos rojos, bocaditos de queso y ¡café! Te detenés y disfrutás de los manjares, que siempre tienen gusto a poco, y, en honor a la bobe que llevás en tu interior, te guardás lo que te sobra en la cartera, viejo cementerio de sobres de ketchup, azúcar, edulcorante y galletitas, que seguro vas a necesitar.
El reloj sigue corriendo, mas aún falta un trecho. Vas sintiendo los efectos de la abstinencia tecnológica. Querés chequear todas las redes sociales: face, instagram, whatsapp. ¡Al pedo, que la gente que conocés está laburando (sos vos la que anda de joda, nomás) y no te va a mandar un puto mensaje! Igualmente, te pica la mano, extrañás el peso del celu en tu palma... Adicta al 100%
Para distraer tu cerebro leés la revista de la aerolínea. A diferencia de las publicaciones que plagan las salas de espera de los consultorios y las peluquerías, esta pertenece a la presente década. A pesar de las publicidades de cosas que jamás estarán dentro de tu presupuesto, las notas zafan: lugares paradisíacos, personalidades interesantes...
Repentinamente, se oye la voz de la azafata que pincha tu burbuja lectora. Se inicia el descenso. Y ahora llega la mejor parte: bajarte del avión y ver a tu familia. Que muy lindo el trayecto; sin embargo, lo que te llena el corazón es lo que te aguarda detrás de las puertas automáticas.