viernes, 1 de abril de 2016

De los miedos (o el rotor de la escritura)


La página en blanco, la mente embarullada, el corazón en la mano: temores aterradores, en ese orden o en cualquiera. Ante cada uno de ellos te preguntás por qué, para qué, para quién. Causas, finalidades, destinatarios...
El bloqueo de escritor se ve beneficiado de los otros dos. Comprobaste que la felicidad no es conducto de la creatividad. Que necesitás del dolor, del desgarro, de la lucha interna para que baje la musa y te haga digna de inspiración. Es como funcionás, ya que la constancia no es tu punto fuerte. Y si no estás movilizada, las palabras no fluyen, las ideas no florecen y te volvés Belén Franchese y su lluvia de corazones.
El tumulto cerebral es inevitable después del sopor de años de rutina. Ahora todo es analizable. Tenés tiempo, predisposición y, especialmente, ganas de encarar el meollo de distintas cuestiones que, quizá, antes eran lejanas, inexplicables, intrascendentes. Descubrir la razones de tus actos, de los ajenos. Comprender aquello que moviliza al otro, ese otro que no registrabas en la inmediatez de la cotidianidad y sus exigencias. Observar, entender, y si pudieras, prever las reacciones incita tu natural curiosidad. Además de ayudar a llenar el blanco del papel virtual.
Y, los putos sentimientos... que cuando sentís, te desangrás. No hay punto medio: si abrís las compuertas, es de par en par. Familiares, amistades, amores. Si dejás entrar a alguien no hay vuelta atrás. Una vez que tomás la decisión consciente de aceptar lo que te pasa, lo que la persona despierta en esa caja de resonancia que traés en el pecho, te hacés cargo de tal forma que incluso el mínimo inconveniente te desarma, te lastima, te desmorona. Es por eso que tratás de aferrarte a la coraza con uñas y dientes, y las demostraciones de cariño no son la norma en tus relaciones (excepto, claro está, con los frutos de tu vientre, a quienes perseguís y cargoseás y ahogas en besos y abrazos). Has sufrido decepciones como todos pero no pudiste manejarlas de otra manera que no sea apagarte y alejarte y cerrarte. Entonces, evitás que arranque y traquetee el corazón para resguardarlo. Pero no siempre está en tus manos la llave de ignición. Y ahí reside el problema: carecés de control. 
Sin embargo, también es ahí en donde está la solución, o mejor dicho, acá. 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario