Toda acción
conlleva una reacción. Al igual que las decisiones que tomamos a diario. Entre estas
últimas se encuentran aquellas que tienen en sí la potencialidad de cambiar
para siempre nuestras vidas, el paradigma que rige nuestros días. A la hora de
tomar dicha decisión, uno ya ha sopesado, o cree haberlo hecho, sus probables
consecuencias. Pero, ¿qué sucede cuando no estábamos preparados para afrontar
esas consecuencias? ¿Es por ello menos valedera nuestra elección? ¿Deja de ser
correcta porque nos supone un esfuerzo sobrehumano enfrentarla?
Después de una
década y un poco más, la vida ha cambiado, o mejor, he hecho cambiar a la vida.
Ya no todas mis mañanas y mis noches son iguales. La monotonía ha dejado de pulular
mis horas… Pero esto no es necesariamente una mejora.
La incertidumbre
es mi nueva compañera. Y para una controladora es todo un tema. Jamás imaginé
que me caracterizara por el deseo de control. Como mi vida anterior lo
atestigua: todo me daba igual; si otro tomaba las decisiones, yo agradecida. Pero
hoy me doy cuenta de que necesito saber, necesito manejar, necesito controlar
lo que sucede… o lo que no. Esta inesperada faceta me toma desprevenida y me
supone una fuente de angustia. Es obvio que nadie tiene el control de nada, que
este no es más que una ilusión, que todo fluye y uno se siente o no afectado
por lo que sucede. Y que cualquier vestigio de orden es solo nuestra
imaginación, tratando de compensar.
Aún así, ¡qué
difícil aceptar esta impotencia! A lo cual se agrega la impaciencia, la pretensión
de inmediatez en el cumplimiento de los deseos. Soy la primera en aceptar mis
rasgos infantiles, poco adultos, entre ellos el encaprichamiento. Como un niño,
quiero eso en lo que puesto mis ojos. Y lo quiero ya. Convengamos que lo que
puede resultar hasta simpático en una criatura de cinco, no es muy atractivo
después de los treinta… y ahí surge otra cuestión. La edad. Pero quedará para
otra ocasión.
Lo que puedo
sacar en conclusión ahora, después de revisar lo escrito y con uno o dos vasos
de cerveza encima, es que esta etapa novedosa en mi vida está cargada de
desafíos, especialmente los internos, los que me competen a mí como persona,
como mujer en mi relación conmigo misma, por más “autoayuda” que la frase
suene. Estar sola es un aprendizaje. Despojarse de todo velo, ruido, “buffer” y
verse en el espejo. Lograr estar cómoda con esa imagen, asumirla y optimizar
aquellos aspectos que requieran mejoría. Y aceptar también los que no tienen
arreglo. Porque esto es lo que soy. Al que le cabe bien, y al que no, la puerta.
;)
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