sábado, 28 de noviembre de 2015

Acción y reacción



Toda acción conlleva una reacción. Al igual que las decisiones que tomamos a diario. Entre estas últimas se encuentran aquellas que tienen en sí la potencialidad de cambiar para siempre nuestras vidas, el paradigma que rige nuestros días. A la hora de tomar dicha decisión, uno ya ha sopesado, o cree haberlo hecho, sus probables consecuencias. Pero, ¿qué sucede cuando no estábamos preparados para afrontar esas consecuencias? ¿Es por ello menos valedera nuestra elección? ¿Deja de ser correcta porque nos supone un esfuerzo sobrehumano enfrentarla?
Después de una década y un poco más, la vida ha cambiado, o mejor, he hecho cambiar a la vida. Ya no todas mis mañanas y mis noches son iguales. La monotonía ha dejado de pulular mis horas… Pero esto no es necesariamente una mejora.
La incertidumbre es mi nueva compañera. Y para una controladora es todo un tema. Jamás imaginé que me caracterizara por el deseo de control. Como mi vida anterior lo atestigua: todo me daba igual; si otro tomaba las decisiones, yo agradecida. Pero hoy me doy cuenta de que necesito saber, necesito manejar, necesito controlar lo que sucede… o lo que no. Esta inesperada faceta me toma desprevenida y me supone una fuente de angustia. Es obvio que nadie tiene el control de nada, que este no es más que una ilusión, que todo fluye y uno se siente o no afectado por lo que sucede. Y que cualquier vestigio de orden es solo nuestra imaginación, tratando de compensar.
Aún así, ¡qué difícil aceptar esta impotencia! A lo cual se agrega la impaciencia, la pretensión de inmediatez en el cumplimiento de los deseos. Soy la primera en aceptar mis rasgos infantiles, poco adultos, entre ellos el encaprichamiento. Como un niño, quiero eso en lo que puesto mis ojos. Y lo quiero ya. Convengamos que lo que puede resultar hasta simpático en una criatura de cinco, no es muy atractivo después de los treinta… y ahí surge otra cuestión. La edad. Pero quedará para otra ocasión.
Lo que puedo sacar en conclusión ahora, después de revisar lo escrito y con uno o dos vasos de cerveza encima, es que esta etapa novedosa en mi vida está cargada de desafíos, especialmente los internos, los que me competen a mí como persona, como mujer en mi relación conmigo misma, por más “autoayuda” que la frase suene. Estar sola es un aprendizaje. Despojarse de todo velo, ruido, “buffer” y verse en el espejo. Lograr estar cómoda con esa imagen, asumirla y optimizar aquellos aspectos que requieran mejoría. Y aceptar también los que no tienen arreglo. Porque esto es lo que soy. Al que le cabe bien, y al que no, la puerta.  ;)




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