La inefabilidad del pensamiento, la
imposibilidad de transmitir, de poner en palabras todo lo que bulle en la
mente. Es… es como que… tenés la cabeza llena, ¿viste?, llena de ideas que quieren salir, y nada.
Miles de imágenes que pugnan por plasmarse en el papel, por convertirse en
aquello que tanto desean, en palabras negras corriendo libres por este blanco
papel. Y nada, che, nada de nada.
Y también el lenguaje, la lengua, herramienta
inútil e imprescindible a la vez, oxímoron insoslayable de esta tarea, de este
querer decir y fallar, de esta búsqueda infructuosa por comunicar, por alcanzar
al otro. Porque eso de que “escribo para mí”, sí, ¡pindonga! Porque la
escritura, el acto de escribir no es más que un intento desesperado de una
soledad por dejar de estar sola y compartir y compartirse con otros, con uno,
con veinte, con cien…
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