viernes, 27 de noviembre de 2015


Un consejo para escritores incipientes es escribir sobre aquello que conocen. Es por esto que son comunes los textos acerca del desamor. ¿Qué sentimiento es más compartido que el rechazo amoroso, que la imposibilidad de estar con el ser amado? Nada más comprensible y compartido que la decepción del corazón.
Pero la idea es escribir sobre lo que uno, el escritor, conoce. Y si hay un sentimiento que, consciente o inconscientemente, me ha acompañado en mi vida es el rechazo, o en su versión fóbica, el miedo al mismo. Desde lo más profundo de mi ser, sé que le tengo pavor al rechazo y por eso siempre busqué agradar, caer bien, complacer a todos. Aunque no me complaciera a mí. ¿Patético? Y… más o menos.
Parejas, compañeros, profesores, amigos, familiares… a todos intenté conformar, amoldándome a sus deseos o, mejor, a la idea que se hacían de mí. “La nena es muy inteligente; no tiene dificultades para nada” y ahí estaba yo con mi boletín poblado de dieces. “Es una mina recomprensiva, nunca hace quilombo por nada” y yo no le decía lo que me molestaba a mi marido. “Una alumna ejemplar” y yo sufría por no fallar.
Quizá si todos esos me aprobaban, me querían, podría suplantar el amor de Ese que no me quiso. Ese que no se interesó. Ese que no tuvo ganas, huevos, conciencia para hacerse cargo de la hija que engendró. Sin querer, sin pensar, sin buscar, casado (con otra), ya esperando una hija… Ese que solo 30 años después, y con causa judicial de por medio, asumió lo que ya se sabía: era hombre, era humano y la había cagado.
Durante años su rechazo me marcó. Aún sin saber quién específicamente era Él, sí conocía la ausencia. El día del padre era una tortura. Decir mi apellido y que luego me preguntaran el de mi mamá, otra. Las caras de compasión, ojos revoleados, etcétera, etcétera. Entonces la manera de evitar malos ratos era ignorar esas actitudes y concentrarme en ser mejor, en ser Eso que los otros buscaban.

Tampoco me sirvió. Imploté. Necesité de una muerte cercana y dolorosísima para ver que la vida es corta y que la única opinión que vale es la que yo tengo de mí misma. Que no tengo que hacer feliz a nadie más que a mí. Que merezco ser amada por lo que en verdad soy y no por la fachada que mostraba. Que al que le gusta bien y al que no, la puerta. Que está bien resaltar y ser diferente o pasar completamente desapercibida. Que puedo ser un amasijo de contradicciones y no importa. Que es posible ser madre y mujer al mismo tiempo, sin descuidar ninguna faceta. Que cada tanto hay que barajar y dar de nuevo, que hay que mudar la piel, que hay que dejarse llevar. 

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