sábado, 2 de enero de 2016

De la desilusión (o darse cuenta de que cualquiera te puede joder, y no de la manera divertida)


Si existe alguna cualidad que puede verse al mismo tiempo como un defecto y una virtud es ser confiado. ¿Por qué virtud? Porque el confiado es optimista, cree que todo va a salir bien, ve lo mejor en las personas y no registra (o se niega a hacerlo) la posibilidad de falsedad o intenciones encubiertas en el otro. ¿Por qué defecto? Exactamente por lo mismo.
Para muchos, un sinónimo de confiado es boludo. Lamentablemente, hoy me tengo que contar entre estos cínicos. Las pruebas a favor de esa teoría (confiado/a=boludo/a) son contundentes. Y yo soy claro ejemplo.
Si Pepito Pérez me dice: "Este mes está complicado para comprar regalos de Navidad", yo, boluda, le creo. No solo eso: ofrezco ir a medias. Después, me entero que don Pepito se va de viaje. Seguro que se sacó la lotería, no hay otra explicación posible, ¿no? ¡Sí! Mintió. Y yo ¡soy la pajera que se la comió!
Ahora, pensemos: ¿Quién es culpable de que me sienta una pelotuda? ¿Pepito? ¡No!!! Yo estoy en falta por no considerar que aunque yo no mienta, el resto no tiene ningún reparo en hacerlo.
Otro caso: el omnipresente tipo que sostiene estar deseoso de verte, que promete mil y un placeres en un futuro encuentro, mas luego se vuelve intangible como el aire, inasible cono el éter. O sea, desaparece como una rata. ¿Debo enojarme con él? No, la idiota que no comprende de qué va este juego soy yo. Y encima, reincidente.
Independientemente de que pueda racionalizarlo, en la práctica no logro revertir mi innata confianza en que lo que sale de la boca (o de los dedos) de la gente es cierto, que sus palabras significan específicamente lo que dicen. No puedo concebir que se tomen semejante trabajo de elaborar las mentiras, mantenerlas, alimentarlas... Porque mentir es un arte y el engaño que se crea, un ser que toma dimensión propia y que puede ser muy exitoso o derrumbarse estrepitosamente. Pero ese arte no existiría si no hubiera personas como yo que se tragan esos sapos.
A pesar de lo expuesto, sigo firme en mi creencia de que engañar (con hechos o con palabras) lleva demasiado tiempo, esfuerzo y dedicación. Tampoco pretendo contarme entre los desconfiados eternos: ellos, pobres, llevan una existencia muy triste y solitaria.
Entonces, a partir de hoy, estaré un poco más atenta a la posibilidad, por remota que parezca, de que las cosas no sean tan así como las expresan, que la situación no transcurra tal cual la presentan, que tal vez haya intereses opuestos o ganancias que obtener. De este modo, cuando alguien me joda, que seguro oportunidades no faltarán, no me tomará tan desprevenida y el golpe no dolerá tanto.

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