Dicen que aquello que cuesta mucho es porque lo vale; que las cosas que más trabajo requieren son las más satisfactorias; que "el que quiere celeste...". Yo, particularmente, tengo un pequeñísimo problema con este tema. Me es físicamente imposible esperar por algo, lo que sea. El gen de la paciencia lo tengo defectuoso. Si quiero algo, lo quiero ya. Vestigios de criarme como hija única... ¡vaya una a saber!
La cuestión es que no sé aguantarme las ganas. Lamentablemente, esto puede llevar a situaciones potencialmente peligrosas. Tirarse a la pileta de cabeza, sin chequear que haya agua, no es el mejor camino. Pero, a pesar de conocer los riesgos, me mando igual. Aún sabiendo que existe la posibilidad de que el paracaídas tarde o directamente no se abra, me arrojo al vacío. Si tomé una decisión, la sigo hasta el final, aunque vaya perdiendo piezas en el recorrido. Un poco cabeza dura, otro tanto orgullosa, mas especialmente optimista, considero que en algún momento todo se encauza y se resuelve.
Entonces, ¿en dónde está el problema? En que al perder piezas, voy armando obstáculos y la carrera se complica. ¿Me autosaboteo? Tal vez. Quizá repetir esta conducta y esperar que el resultado sea diferente es una forma de sabotaje.
Lo único que sí sé con seguridad es que hoy me dí de lleno contra uno de los obstáculos que me puse. ¡Hubiese sido tan fácil hacer trampa! O asegurarme una red antes de saltar. Tendría culpa, pero estaría demasiado ocupada para que me importara. Otros lo hacen, no sé porque yo debo ser diferente. Casi nadie suelta una mano antes de procurarse otra. Pero no se puede volver el tiempo atrás. Hay que aprender a navegar el campo minado. Nada más.
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