Diciembre es un mes de balances. Querramos o no, nos planteamos cómo nos fue en el año, analizamos lo bueno, lo malo, lo meh... Pensamos en las personas que conocimos, en los que nos acompañan desde siempre; en las amistades que forjamos, en las incipientes, en las que no se dieron. También, en aquellos que nos mostraron su verdadero rostro y, aunque nos decepcionaron, mejor saberlo ahora que descubrirlo por el cuchillo en la espalda.
Si el año fue tranquilo, si estuvo movidito, si nos dejó atontados, descolocados, destruidos... Si deseamos que acabe ya o fue tan bueno que esperamos que nunca termine. Si significó el comienzo de algo nuevo o el final de lo que existía. Si nos reveló nuestras carencias o nos mostró todo lo que teníamos y agradecemos. La época de sopesar en la balanza nos llega y al mirar hacia atrás, a estos doce meses que transcurrieron y que disfrutamos, sufrimos y sentimos, evaluamos todo lo que nos ocurrió y quiénes somos después de vivirlo.
Particularmente, este año fue muy especial, difícil y desafiante. Con sus altibajos, el fin de año me encuentra en pleno cambio, en una transición que aún no tiene un destino fijo. En un viaje de auto descubrimiento, de auto percepción, por más Bucay que suene. Por primera vez en más de una década estoy sola frente al mundo. Soy la responsable de mi vida. No debo consultar ni debatir nada. Mi casa, mis cosas, mi vida. Son mis decisiones y mi responsabilidad.
Este desafío me emociona y me asusta. Más lo primero que lo segundo. Las posibilidades son infinitas. Tengo miles de proyectos y deseos para el próximo año. Espero cumplir alguno de ellos.
He conocido gente copada con la que he vivido nuevas experiencias y más allá de su permanencia o no, si las cosas terminaron bien o no, si fue lo que yo esperaba o no, solo puedo decir "Gracias" y me leas o no, aún te sigo pensando.
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