martes, 15 de diciembre de 2015

La envidia


"The green eyed monster" la llama el Bardo. La envidia es un monstruo y como tal, permanece oculto, encadenado, fuera de la vista de todos. Pero, cada tanto, cuando menos lo esperamos, asoma su desagradable cabeza y nos vuelve a nosotros desagradables.
Creo que este es uno de los pecados que más vergüenza produce en quien lo padece. Aunque se agregue el adjetivo "sana", no hay nada sano en envidiar a alguien. Su presencia habla justamente de una ausencia, de la falta, de la carencia de algo. Solo codiciamos aquello que no poseemos, ya sea material o no.
Sin embargo, el sentimiento va más allá del objeto o sujeto que la provoca. Al igual que la gula, se busca llenar un vacío interno, emocional, existencial.
Como todo sentimiento, en ocasiones puede manejarse y en otras, no. Está en nosotros elegir la forma de actuar frente a su aparición. Podemos tomarlo como un aliciente para mejorar, para alcanzar aquella meta que nos propusimos, para intentar emular a quien envidiamos, sin dejar de ser nosotros mismos. O, por el contrario, utilizarlo como una excusa para la autocompasión, para justificar el odio, la venganza, lo peor de lo que llevamos dentro.
Particularmente, no me veo como una persona envidiosa. Quizás, sí sienta (cuando no me hallo en el mejor espacio mental o emocional) envidia de las facilidades, o lo que yo percibo como tales, en las vidas ajenas. Últimamente, la he padecido respecto de las posibilidades que creo tienen otros y, a mi entender, yo carezco: libertad, oportunidades, carisma...
Pero al analizar la situación, tratando de dejar el bajón de lado, logro darme cuenta que, independientemente de que posea o no eso que codicio del prójimo, si pretendo llenar ese vacío que provocó la envidia, no sirve lamentarme y compadecerme. Es necesario correrme del facilismo e indagar el por qué de esa oquedad. Solo así, será posible evitar que mi mirada se torne verde.

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