miércoles, 16 de diciembre de 2015

La gula


Este pecado es un viejo compañero de aventuras. Hasta hace muy poco, mi respuesta a cualquier evento estresante o doloroso, era taparlo con comida. Cualquier ocasión era propicia para deglutir. Viéndolo a la distancia, tal vez buscaba llenar un vacío existencial, o crear una muralla alimenticia a mi alrededor, separándome del problema, en una suerte de isla nutritiva. 
Obviamente, esta no es una solución saludable, ni en lo mental ni en lo físico. Además, es el comienzo de otra cuestión: la disminución de la autoestima. Se forma así uno de los tantos círculos viciosos que pueblan o han poblado mi existencia: surge un contratiempo, como, engordo, me deprimo, como porque estoy deprimida y vuelta a empezar. 
Este año he cambiado de mecanismo de defensa: por primera vez en mi vida el dolor fue (y por momentos, sigue siendo) tan grande, que no pude probar bocado. Independientemente de la necesidad o no que tuviera de adelgazar, es sorprendente y aterradora la facilidad con la cual en un fin de semana me consumí. Los nervios, la ansiedad, el insomnio me carcomieron. En lugar de llenarme de helado, torta, milanesas, me devoré a mí misma. Teniendo en cuenta mi tendencia a los excesos y mi autoanálisis agotador, constante y obsesivo, me asusté un poco. Con el paso de los meses, veo que no tenía razón de temor, que, aunque no lo crea, algo de crédito debo darme. De todos modos, necesito estar atenta de no caer en ningún extremo. ¡Pero la senda del justo medio es muy difícil de transitar!  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario