domingo, 6 de diciembre de 2015

Fucking domingos


Los domingos son especialmente difíciles. Independientemente de las razones, cuando la realidad cambia tan drásticamente, cuesta lo indecible encausarse en el nuevo rumbo. Si bien es cierto que los primeros días son duros, luego de ese turbulento comienzo, se cae en una suerte de euforia que hace llevadera la decisión que una ha tomado. Todo es nuevo, todo merece explorarse, todo llama la atención. No hay tiempo de extrañar, que la vida pasa y no espera a nadie…
Mas, como sucede siempre, la adrenalina baja, se termina la embriaguez, la novedad se esfuma y abrimos los ojos de verdad. Y la verdad no es tan bella como se suponía; lo ideal no condice con lo real. ¿Y ahora? ¿Cómo se transita esta meseta en la cual nada sale como una quiere, en la que se siente un hormigueo en la piel que es imposible refrenar? Surgen, así, una serie deprimente de cuestionamientos que horadan la resolución, que hacen mella en la voluntad. Al volver la vista atrás, lo que se ve no es tan malo, tuvo sus momentos felices, plenos... Entonces, las preguntas: ¿no me apresuré? ¿No habré tomado la peor decisión? ¿Podría haber aguantado un poco más? Y detrás de ellas, las más fatales: ¿Volveré a sentir algo así alguna vez? ¿Aparecerá alguien que me sacuda, que me despierte del letargo? ¿O estaré condenada a la soledad?
Obviamente, no tengo respuestas. Nadie las tiene. Y tampoco sé qué haría con ellas.
Racionalmente, no me arrepiento. Pero no es la cabeza el problema. Es el maldito corazón que necesita de otro, que duele, que se desangra. Porque conoció la felicidad, la risa, el placer, la lujuria y se volvió adicto. Porque aunque la mente trate de iluminarlo y enseñarle que esto es saludable, es bueno, es una oportunidad para encontrarse y crecer, no quiere escuchar. Se encapricha y quiere una nueva dosis, la precisa ya… Y la busca en distintos cuerpos, y por un rato se consuela… Pero no alcanza. Y se confunde. Y se empecina. Pero no. Y nada tienen que ver esos otros con lo que pasa. No son ellos los que provocan esa obstinación. Es la idea de lo que requiere y de lo que podría llegar a ser. Más allá de que sabe que no es real. Se engaña, se desengaña y cree que sufre.
Sin embargo, el sufrimiento es anterior. Es ese vacío que se creó cuando asumió que era indispensable parar, cortar, bajarse; cuando se dijo que quería más, que había más y estaba allá afuera. Eso sí: jamás imaginó que podía destruirse en la búsqueda.


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