sábado, 31 de diciembre de 2016

Amar (y eso que muchos suponen que es)



Nunca entendí eso de "te lo digo por tu bien..." acompañado de una crítica pasivo-agresiva. Aunque salga del corazón, ese comentario habla más de quién lo emite que de su receptor. Amar a alguien no nos da ningún derecho sobre la vida del ser amado. Si el depositario de nuestro afecto es una persona adulta, dueña de sus facultades, independiente en lo económico, ¿por qué suponer que lo que decide está mal? Que no sopesó pros y contras, que no analizó, que se guió solo por impulso, por la única razón de que eso que eligió no es lo que nosotros hubiéramos preferido. 
Nadie tiene un manual detallando LA manera de vivir la vida (si pensás que lo tenés, dejame pincharte la burbuja, cariño). Y la edad brinda experiencia pero no necesariamente sabiduría. Todos tratamos de hacer lo mejor con las herramientas que poseemos. Seguramente, mi idea de lo mejor no sea la misma que la tuya, y que vos en mi lugar hubieses discurrido otra solución, hubieses resuelto de otra forma, hubieras querido algo diferente... 
Y ese es el quid de la cuestión: somos diferentes. Tenemos distintos anhelos, esperanzas, ópticas. Y no está mal. Lo incorrecto es pretender imponer tu visión a la mía, porque me lo decís por mi bien. 
No anulemos a los que queremos, no los reduzcamos a idiotas porque no hacen las cosas como nosotros, porque no toman el camino que deseábamos para ellos. Acompañemos, amemos sin juzgar, sin desmerecer. No nos creamos indispensables, porque podemos terminar siendo prescindibles.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Viaje


Nos leímos, nos hablamos y nos gustamos... Así arrancó esto. Sin saber quién era o dónde estaba el otro, sin pensar en nada más que en reírnos... ¿Sabés lo difícil que es encontrar un flaco que lea? ¿Qué converse? ¿Qué no caiga en lo más básico del chamuyo simple y deslucido que no se sostiene más de cinco segundos? 
De entrada fuiste un desafío. Tu manera de pensar, de probarme, de jugar con las palabras. La fuerza imparable y el objeto inamovible... 
La charla se volvió una rutina necesaria. Lentamente, te fuiste metiendo en mi día a día, en mi mente, en mi piel. Y repentinamente lo improbable pasó. La distancia física era insalvable y me lastimaba. Paradójicamente, no supe/pude manejar el miedo que la ausencia de distancia emocional me producía. Y me asusté. Y entonces, huí.
Intenté sobrellevar la abstinencia de tus palabras, de vos. Nop. No sucedió. La libertad de ser yo misma no surgía con nadie más. El clic no aparecía. Me di cuenta que la había cagado y por primera vez en mucho tiempo me importó enmendar el error. 
Soy orgullosa, complicada, obstinada. No suelo dar marcha atrás en mis decisiones. Hasta que me di cuenta de que mi vida era más, mucho más interesante con vos en ella. 
El no ya lo tenía. Te escribí, y me hice cargo de la situación. Y de frente, como siempre. Encajé el golpe de tu frialdad inicial. Completamente comprensible. Tenías tus razones. Que tampoco sos facilito, querido... 
Sin embargo, me la banqué, porque creía (y creo) que "esto" vale la pena. Tus barreras fueron derrumbándose. Mi cautela voló. Me propuse paliar la distancia con franqueza. La honestidad bruta que me caracteriza. Nada de caretas, nada de actuación. Mostrarme tal cual soy. Ni vos ni yo merecemos menos.
Y acá estamos. Yendo. ¿A dónde? Ni idea. Pero, ¡cómo me gusta este viaje!



miércoles, 2 de noviembre de 2016

No voy


Omnipresente



Cuatro y cuarto de la madrugada y yo sin dormir, recordando, como ayer, como siempre, todo lo que vi, oí, olí, toqué, degusté durante este día. Doy vueltas en mi cama, insomne, como desde hace quince años, desde ese martes fatídico en el que me di cuenta de que no podía olvidar. Las exactas palabras de Lucía dejándome parado en la estación de trenes me persiguen hoy y lo harán para siempre. “Me ahogás, necesito estar sola, encontrarme conmigo misma, ¿entendés?”. Después de quince años de darles la vuelta, para un lado, para el otro, del derecho, del revés,  sigo sin entender. Cada detalle de esa tarde está grabado en mi mente: su pelo revuelto, la solitaria lágrima en su mejilla y el nervioso reloj de su muñeca. El apuro de los que terminaban su día y el desgano de los que no querían volver a casa. El olor a sudor del día de trabajo y el vocerío de los grupos de estudiantes. También estoy yo en esa imagen; pero no soy yo sino un amasijo de sentimientos revueltos: sorpresa, desesperación, enojo y deseo… Aún en ese momento no pude abstraerme de su belleza, de lo que sus ojos provocaban en mí.
Cinco menos cuarto y Lucía acá conmigo. Quince años y no logro desprenderme de esa sensación que me arrebata cuando la veo, la imagino en mi cabeza. A partir de ese instante en que se convirtió en un borrón corriendo el tren mi mente se niega a olvidar. Malos, buenos, mejores, peores, sublimes, patéticos, vergonzosos o dignos, me es imposible deshacerme de los recuerdos. No me protege el olvido, me acorrala la presencia.

Casi las seis. El cielo aclarándose lentamente, el estruendoso piar veraniego y arriba otra vez. Para ver, oír, oler, tocar y degustar, con ella a mi lado, omnipresente.

martes, 1 de noviembre de 2016

Ahí voy




Una vez que admitís el tropezón, la caída es libre, sin paracaídas, arnés ni una garcha. 
Te cuesta.(¡Puta, cuánto te cuesta!). No querés dar muestras, ni el brazo a torcer: Que no... que está todo bien... que no es así... que seguro se te pasa... que en realidad es un autoengaño... que... que... 
Mil y una excusas para no ver la realidad. Porque sabés que no hay vuelta atrás. Porque sos consciente de que una vez decidida, vas hasta el final. Te tirás de cabeza y a nadar. No podés meter freno; no conocés otra forma, otra manera.
Pero aún así, te refugiás en el lenguaje, en tu aliado eterno. Y recurrís a circunloquios, a metáforas, a imágenes. A lo burdo o al guiño. Hablás medio en serio, medio en chiste: todo en crudo, con el corazón palpitando y abierto, expuesta para quien lo sepa ver.
Que cuando te enamorás, apostás todo y no te guardás nada. Que cuando te enamorás, encontrás tu faceta más fuerte y vulnerable a la vez. Que cuando te enamorás, lo hacés con la misma inocencia de la primera vez. 
Y sí, ahí voy de nuevo. No me dejes caer.

lunes, 31 de octubre de 2016


Nocturno


Toc, toc. El golpe. Toc, toc, otra vez. Se levantó de la silla, dejó el libro a un lado. Toc, toc; salió apresurada de la habitación. Toc, toc. Bajó las escaleras, salteándose los escalones Toc, toc. Era aquel sonido, toc, toc, el mismo de todas las noches. Toc, toc. Llegó a la puerta toc, toc, y como para un ritual toc, toc, se preparó y toc, toc, la abrió.

Y la vio, por primera vez como siempre. Entonces, la cachetearon los recuerdos. Cada momento vivido, las pocas risas y los muchos llantos y las oportunidades desaprovechadas y la juventud, que creía eterna, perdida… La invadieron esos ojos ajados, la sonrisa marchita, el alma enmohecida. Y sintió frío. Y al igual que cada noche, se resignó. Dejó de contemplar su imagen, cerró la puerta y escalón por escalón, subió.

domingo, 30 de octubre de 2016

Domingo



Delante de sus ojos se extiende un mar verde mecido por el suave viento, un horizonte vegetal que parece no tener fin. El ardiente sol de verano cae vertical sobre su nuca, arrancando sinuosos vapores del pasto. La tarde transcurre lenta y los minutos se acumulan uno sobre otro sin apuro.
          Atrás, se oye el griterío de los niños, los perros ladrando y las risas de los parientes reunidos para el asado del domingo. La chacra siempre ha sido el lugar perfecto de reunión dominical. Ese día, como otros muchos antes, han disfrutado de la paz y la armonía familiar. Rueda sobre su estómago y mira sin ver las figuras que se mueven en torno a la mesa, quitando los restos del almuerzo. Actúan como una máquina bien aceitada, quitando, sacudiendo y riendo.
Esa felicidad es contagiosa y sus labios se curvan en una amplia sonrisa. Pero algo empaña ese sentimiento. Algunos recuerdos despertados por un sonido particular reptan hasta acaparar su mente y van desdibujando lo que era sonrisa. Entonces, observa a esas personas. Y sus ojos se cierran fuertemente. Y entonces, ve. Ve dos largas piernas que se acercan lentamente a su cama y una mano que comienza a acariciar pelo, su cabeza dormida. Las sábanas se van retirando…

Ya no siente el sol. El viento se levanta y caen platos, vasos; una mancha blanca se eleva mientras tres pares de manos intentan retenerla. Una solitaria y amarga lágrima se desliza hasta su boca y sus brazos acunan sus piernas.

sábado, 29 de octubre de 2016

Culpable



No hay estudios científicos que la confirmen, sin embargo la noción de que la infelicidad es necesaria para escribir está muy arraigada en los que intentamos hacerlo. 
Tal vez sea una cuestión de capacidad literaria (estaría escaseando), mediocridad creativa (demasiada en stock) o una traba psicológica autoimpuesta ("problemitas", ¿vio?). La cuestión es que esto de llenar el papel (digital, virtual, que es el siglo XXI, gente) te resulta más sencillo cuando el corazón está para atrás. 
Entonces, ¿qué hacer cuando no sabés de qué carajo escribir porque lo único que te sale son poemas cuasi adolescentes, cursis, cargados de melosidad y, siendo sincera, que ni vos misma releerías? 
Cuando lográs atrapar una idea que resulta relativamente interesante, no podés plasmar un choto porque te trabás, te tildás, no te gusta nada de lo que conseguís bajar a la hoja y dudás de cada palabra, de cada giro, de cada imagen. En lugar de transmitir a un público general, solo pensás en lo que ESA persona dirá. ¿Le gustará? ¿Lo leerá y se dará cuenta de que es para él? 
Tu cínica cotidianidad se ve reemplazada por la boludez de los corazoncitos, mariposas y demás pavadas. Te reís sola, vivís prendida al celu, escuchás canciones romanticonas (tratando de mantener la línea y no desbarrancar con un Arjona, por ejemplo) y proyectás el  próximo encuentro...
Después de tanto tiempo, estás hasta las bolas. Y te das cuenta de que vas a tener que aprender a crear desde otro lugar; que debés correrte de ese imaginario y lidiar con la realidad: tu habilidad poética no depende de tu mala fortuna, sino que es como cualquier músculo que necesita constancia, trabajo, tiempo. Porque lo bueno que conseguiste no vas a soltarlo. Vale la pena, y la sequía, y las ganas de tirarte a la pileta constantemente.
Y sí, esto también es para vos. 

lunes, 3 de octubre de 2016

¿Querías sentimientos?


Cuando se termina una relación larga, independientemente de las razones, hay una idea que empieza a volverse recurrente: ¿volverás a sentir alguna vez algo igual o parecido? ¿Existirá otra persona por la cual la piedra que llevás en medio del pecho lata? ¿O terminarás sola, rodeada de gatos mientras mirás series en Netflix y le entrás duro y parejo a una napolitana con ajo? Los detalles varían (a veces la pizza es una especial con jamón) pero todas/os sufrimos esos miedos, en mayor o menor medida. Entonces, te embarcás en la búsqueda de ESA persona que refute que: 
  • "Nadie te va a querer como yo" 
  • "Nunca me va a interesar otro/a"
  • "Son todos/as iguales"
  • "Ya se me pasó el tren, lpm" 
Así, empezás a surfear las distintas aplicaciones de citas, preparás perfiles, sacás selfies a lo pavote hasta encontrar en la pila de 250, cuatro en las que mantuviste los ojos abiertos, no parecés asesina serial y guardás cierto parecido con un ser humano. Mirás, seleccionás, charlás con algunos especímenes, hasta ubicar algo más o menos interesante. Idas y vueltas, citas, progresión, puf, desaparición. Tuya o ajena, la cuestión permanece: no hay clic, no surge esa atracción, ese "mmm, pero mirá vos!" que te hace detener y buscar conocer el interior más allá del exterior.

Hasta que sucede. Igual que con las llaves (las muy conchudas nunca están donde las dejaste), cuando menos lo esperás y en el lugar menos imaginado lo hallás. Una conversación pasa de lo público a lo privado, del chiste a lo filosófico, y terminás hablando con un desconocido como si fueran amigos de toda la vida. La virtualidad ayuda a tu natural timidez y el vínculo se forja a pesar de tus reticencias. Poco a poco vas cayendo, vas creando una rutina de mensajes, fotos, videos de la vida diaria, de experiencias compartidas... Y te das cuenta de que estás hasta las bolas.

Al fin, lograste lo que deseabas: confirmaste que te interesa otro, que no son todos iguales y que no se te pasó el tren (quedan un par de estaciones, che). PERO (siempre hay un pero muy hijueputa) en tu apuro por sentir otra vez, no te percataste de que el "interés" (por ahora llamémoslo así) trae a sus hermanitos: inseguridad, incertidumbre, paranoia y celos. Ahora, te acordás que esta etapa, con todas sus delicias y la adrenalina de la novedad, es la que más te hace sufrir. Quede asentado en actas que no tiene que ver con el otro, sino que la complicadita, la que empieza a darse manija sin asco y al pedo, la que tiene una imaginación súper activa (un plus en determinadas ocasiones y una bosta en otras) sos vos. ¿Querías sentimientos? ¡Ahí tenés! LCDLL!!!!

jueves, 4 de agosto de 2016

Del aburrimiento (o ¡largá ese teclado, piba!)



El aburrimiento es lo peor que te puede suceder. Los quilombos se resuelven para bien o para mal; las deudas se pagan o esperan; las discusiones terminan amigablemente o para el orto; los malos días llegan a su fin... Sin embargo, el aburrimiento te destroza. Te lleva a pensar en cosas que habías superado, te ponés a revolver mierda vieja, o caés en patrones que creías vencidos. 
Así, empezás a diseccionar tu vida, tus relaciones, todo... Y a lo que no le encontrabas mácula, le comenzás a notar raspones. Ves pequeñeces, detallecitos que no te convencen. Aunque hasta hace nada era maravilloso, ahora te molesta. ¿Habrás abierto los ojos o te estarás boicoteando?
Complejizás, renegás, implotás e intentás rearmarte. Agarrás una idea y le das dos millones de vueltas, del derecho, del revés. Revisás el pasado reciente y refrenás el impulso de mandarte alguna... Sabiendo que es para cagada, que en un rato se te pasa, ¿o no?
Aburrida sos como mono con navaja. Y tu mente, un hámster en su ruedita. De nuevo: aflojá, relajá, y hacete un curso de crochet!

miércoles, 3 de agosto de 2016

Del gataflorismo (o cuando no sabés qué carajo querés)


Ahí vas. Otra vez al ruedo. Te sacudiste el polvo de las rodillas, resultado del último revolcón. Te acomodaste los rulos, retocaste el rouge, enderezaste los lentes y arrancaste de nuevo. La ropa está un tanto arrugada, la sonrisa baqueteada, la ilusión en baja y el cinismo en alta, pero el espíritu intacto. 
Te gusta arriesgar... Mente, corazón, todo. No te guardas nada por la posibilidad (esa puta posibilidad). Y te asusta tanto que no se dé como que sí. En el primer caso, porque implica un pequeño duelo (uno más y van...), rever en qué la jodiste (acción o elección), tratar de aprender y barajar una vez más. 
Sin embargo, la otra opción es aún más aterradora. En palabras de Oscar Wilde: "Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad." ¿Qué pasa si se convierte en realidad? ¿Cómo manejarías esa situación? ¿Cómo se compaginan sin choque ni conflicto todas tus partes? ¿Estás en condiciones? ¿Tu vida está en condiciones? 
Para que la combinación fluya lo más armoniosamente posible deben conjugarse una serie de circunstancias, los astros, los hados... Vamos, que necesitás ayuda divina para al menos probar. 
¿Y si no podés y la cagás? ¿Y si salís peor de lo que entraste? ¿Y si no sufrís solo vos? ¿Y si...? 
Y ahí vas. Otra vez en la rueda, comiéndote el marote por algo que tal vez, quizá, quién sabe suceda... o no. Machacando la idea, estirándola, retorciéndola, desarmándola para reconstruirla, así, asá... 
Cortala, nena. Dejá de pensar y disfrutá. No te adelantes, no te acojones, no te boicotees y fluí. (¡Ja! ¡Como si fuera tan fácil!)

domingo, 24 de julio de 2016

De las despedidas (o adulteando por la vida)


La lengua inglesa, especialmente en E.E.U.U., es fluida y constantemente incorpora neologismos que luego se trasladan al castellano. Uno que me llamó particularmente la atención fue el término adulting. Según la página Urban Dictionary, adulting es un verbo que alude a realizar acciones que se relacionan con la adultez, como tener trabajo estable, pagar hipoteca o alquiler, el auto o cualquier otra cosa que tenga que ver con tener este tipo de responsabilidades.
En muchas oportunidades le esquivo al adulting. Mi personalidad tiende a alejarse de esas actividades "serias" para decantarse por otras que podrían llegar a considerarse un tanto infantiles. Jugar a la computadora, leer toda la noche, mirar películas de fantasía, seguir series de horror, ciencia ficción, súper héroes... También la falta de paciencia, la necesidad de conseguir las cosas ya, la poca o nula constancia, son maneras de huirle al adulting. Digamos que este no sería mi punto fuerte.
Obviamente, como a cualquiera, la vida me ha empujado a convertirme en adulto responsable: hijos dependientes, trabajo de lunes a viernes, cuentas, pagos, comida, etc., etc. Parte de esa adultez es separarme de mi familia después de las vacaciones para retomar la rutina. De todo lo anterior, es lo verdaderamente difícil... Y cada despedida se sufre un poco más.
La situación geográfica no se me impuso ni mucho menos. Formó parte de una decisión consciente en busca de un mejor porvenir. Sin embargo, hoy se hace cuesta arriba dejar el pago natal, más después de haber compartido con amigos y con la familia unas semanas llenas de reencuentros, comidas y buenos momentos. 
No soy una persona muy emocional ni sentimental. Raramente demuestro con actos lo que siento. Independientemente que extraño mi casa, mi lugar, esta vez la despedida va a doler... aunque haya buenas cosas esperando el regreso, va a doler. 


viernes, 15 de julio de 2016

De la confianza (o la dicotomía entre "Te creo" y "¿Este me toma por boluda"?)



Empezar de nuevo es un desafío que te obliga a ser vulnerable cada vez que conocés a alguien. Parte de esa vulnerabilidad, la más importante quizás, es la que implica a los sentimientos. La honestidad es uno de los valores que mantenés en más alta estima. Y como es el que más llevás a la práctica, también es el que más valorás. 
Sin embargo, los años han sido buenos maestros, al igual que las desilusiones, y te has percatado de que no todos van por la vida cantando las cuarenta, y que más de uno posee una agenda, un motivo, por el cual dice lo que dice, hace lo que hace, etc, etc. Por paja o por ingenuidad (el jurado aún está deliberando) vos no podés manejarte de la misma forma. ¡Ojo! Tampoco sos una carmelita descalza, que cuando te ponés en yegua no hay quien te disuada de las peores actitudes. Pero sino te dan motivos, tu boludez alcanza el nivel paloma.
Por eso, hoy, cuando analizás tus interacciones con el sexo opuesto te agarra una suerte de esquizofrenia en la cual vos y tu otro yo polarizan la discusión: ¿Por qué te va a mentir? versus ¿Por qué no? ¿Le creés o te vas a reservar el derecho a opinar aún? ¿Aceptás lo dicho como real o lo tomás con pinzas?
Así, te ves observando la situación de afuera, con el mismo aspecto de quien se enfrenta a un animal salvaje: de lejos, desconfiando y con un palo para defenderte. Como reza el refrán: "Cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía".
Tal vez (lo más probable, en realidad) el problemita sos vos. Entonces, lo intentás. No le tirás en la cara a tu interlocutor que no le creés una chota: el resto del mundo no es culpable de tus taras relacionales. Pero te reservas un poco, o, al menos, todo lo que tu personalidad te permite (no mucho, realmente... y bueh, es lo que hay). Y aunque parezca que te mandaste de cabeza, nunca desaparece de tu hombro ese pequeño demonio "protector" que te ruega que estés atenta, que optimista sí...pelotuda, tratá que no.

miércoles, 13 de julio de 2016

De las nuevas oportunidades (o cómo la esperanza es lo último que se pierde y esas cosas)


El optimismo es un rasgo característico de tu persona. Siempre buscando lo mejor en otros, te has comido varios garrones. Recelar no es tu primer impulso, para nada. Creés que la gente no tiene segundas (o terceras o cuartas) intenciones. Esa mezcla de inocencia y honesta terquedad (ya que no hay forma de que entiendas que aunque VOS no seas capaz de hacer X cosa, los demás pudieran no tener tus mismos escrúpulos) te ha hecho sufrir y desilusionarte en numerosas ocasiones. Colegas, amigos, conocidos, parejas, amantes... En todos depositás tu confianza, esperando de ellos aquello que entregás. 
Sin embargo, esta capacidad innata para la resiliencia es la misma que te lleva a arriesgarte nuevamente; la que evita que te recluyas, que huyas de las oportunidades que se te presentan. Si antes no resultó, no significa que esta situación siga también por ese camino. Así, volvés a probar, quizás con un poco más de prudencia (tampoco tanta, que frenar impulsos no es lo tuyo precisamente) pero con iguales ganas que la primera vez.
Existen momentos en los que te cuestionás tu proceder, vislumbrando en él una suerte de romanticismo encubierto, de perenne esperanza sentimentaloide, más apropiado para alguien amoroso, dulce, derrochador de simpatía y sonrisas que para vos... (nadie te describiría así jamás). ¿Será otra muestra de tus contradicciones? ¿Será que entre lo que proyectás y lo que sos hay vitales diferencias? No por una intención consciente de falsedad, sino como tu armadura, tu única defensa frente al mundo. 
Sea cual fuere la causa, volvés a apostar, volvés a intentar, pase lo que pase, pese a quien le pese. Que si hay un obstáculo en tu vida, no vas a ser vos. 


lunes, 11 de julio de 2016

Caí



No fue el momento
Ni siquiera el lugar
Ninguno estaba
donde tenía que estar
Pero fue hablarnos
Y no necesitamos nada más

Tus palabras
Tus silencios
Tus miradas
Tu humor
Y también tu falta de él

Caí, contra mi mejor juicio
Caí, a pesar de las advertencias
Caí, irremediablemente,
Porque no conozco otra manera

Pero las cosas no siempre
Salen como deseamos

Mis rayes
Los tuyos
La mochila
Los miedos

Y así estamos
Vos allá; yo acá
Siempre pensándote
Siempre extrañándote


miércoles, 6 de julio de 2016



Otra vez el vacío
La grieta en tu interior
Que se abre
Que se expande

Y vos sabés
Quién podría reunir otra vez
Todas tus partes
Y hacer desaparecer con su mera presencia
Lo que te desgarra

Pero no
Como siempre
No

Porque nunca lo sencillo te atrajo
Y la razón no penetra
La lógica no tiene incumbencia
En los deseos más oscuros de tu corazón

"Canta, oh musa, la cólera del Pelida Aquiles..." (o de cómo más de uno necesita un buen voleo en el orto)



La escasa paciencia, la poca predisposición ante la idiotez y el temperamento volátil no son características que auguren una buena resolución para los conflictos que surgen con determinadas personas; esas que en lugar de cerebro parecen llevar un cartelito de vacante dentro del marote. 
Sea en el ámbito laboral o en el plano privado, gracias (ponele!) a tu nueva política de abordar en lugar de esquivar las situaciones que te corren de tu eje, ya no agachás la cabeza y dejás pasar comentarios pelotudos, actitudes incoherentes o acciones que te perjudiquen. Te plantás, exponés tus ideas y te defendés. Por lo general, lográs hacerlo manteniendo la civilidad, esa de la que te jactás tanto. Sin embargo no siempre es así.
Cada vez son más frecuentes las ocasiones en las que inconscientemente arremetés contra el/la infeliz que intenta avasallarte. En esos momentos hacés gala de la acidez, hijaputez y/o malaleche que llevas dentro y te despachás con ciertos comentarios que, acompañados con una bella sonrisa, hacen que esos pajas se acomoden un toque. Las mencionadas cualidades no te granjean demasiadas amistades, es cierto. Pero no importa: a esos individuos mejor perderlos de entrada que arrastrarlos como una piedra al cuello.
Cabe la posibilidad que luego del suceso te cuestiones la intensidad de tu respuesta, pienses si el hecho ameritaba tamaña réplica, si no se te fue un poco la mano... La bendita culpa asoma la cabeza. Mas con fuerza de voluntad la aplastás y aprendés a aceptarte. La idea no es ir al choque con todos y todas, sino respetarte y hacerte respetar. Que no estás en el mundo para agradarle al resto y la mirada más importante que debés poder sostener es la tuya.

miércoles, 15 de junio de 2016

De la constancia (o de cómo te distraés con... ¡ay! ¡¡¡un perro con la cola peluda!!!)


Si hay algo de lo que nadie, pero nadie te acusaría es de ser constante. A lo largo de tu existencia has comenzado miles y miles de actividades: inglés, guitarra, karate, baile, gimnasia, aerobics, danza jazz, zumba, etc, etc, etc... Lo único que llevaste hasta el final fue tu carrera, aunque cuatro años después de lo esperado... ¡Pero la terminaste! 
Tenés un periodo de atención muy escaso, te aburrís fácilmente. Las cosas pierden su brillo con rapidez y te resulta imposible mantener el interés a lo largo del tiempo. Esto aplica diferentes aspectos de la vida. Trabajos, inquietudes, pasatiempos, relaciones... Casi todo viene con fecha de vencimiento. 
Arrancás con mucho ímpetu, le ponés todas las ganas, mas el resultado tiene que llegar ya. Porque a la poca constancia se le suma la nula paciencia. ¿Metas a largo plazo? ¿Qué es eso? Lo que querés, lo querés a-ho-ra
Si esto no se cumple, así de embalada como estabas, en un segundo te distrajiste y a otra cosa. Como una mariposa, vas de situación en situación, de persona en persona... 
Ahora, tampoco es imposible que te enganches. Mucho depende de la respuesta que recibas a tus avances. Si estás realmente metida podés llegar a esperar... un rato... Aunque rogar no es lo tuyo. Y hay algo que los años te han enseñado: NADIE es irremplazable. ¿No funcionó con X? No importa: ya vendrá alguien más. 
Porque a pesar de todas tus cualidades contraproducentes, también poseés aquellas que te redimen, como el perenne optimismo, que no te deja caer tan profundo y te empuja a continuar, a seguir a pesar de los obstáculos y de las desilusiones, a empezar de nuevo y seguir revoloteando hasta que encuentres la flor que logre captar tu interés. Tal vez por un segundo, unas horas o toda una vida.

martes, 14 de junio de 2016

De las tareas hercúleas (o cómo hacerte un enema de orgullo y reconocer los errores)


Cuando alguien te falla, te decepciona, sos rápida para castigar. Te ofendés con facilidad si la persona significa algo para vos. Si no es cercana o no te interesa quizás ni registres el desplante. Te cuesta perdonar. Preferís cortar todo tipo de relación y hacer de cuenta que jamás, jamás hubo interacción entre vos y ESE/A.
Ahora, ¿qué pasa cuando la cagada te la mandás vos? Cuando sabés con certeza que la que estuvo en falta, no pensó en el otro sos vos, ¿qué hacés?
Dicen que la mejor defensa es un buen ataque. Por lo general, te regís por este lema. Es tan profundo el temor a salir lastimada que solés huir. Entonces, ante la mínima posibilidad de exposición al dolor, pegás vos. Así te "cubrís" y te evitás la angustia.
Pero, existen ocasiones en las que tu golpe preventivo es injustificado. Obvio que te percatás de esto después de mandarte el moco, ¿no? Con esa afición por actuar instintivamente y reflexionar a las tres cuadras...
Es este uno de tus momentos más chotos. Aceptás tus falencias, mas llevar a cabo la acción de pedir disculpas es de lo más complejo. Implica exactamente lo que pretendías sortear: arriesgarte al rechazo. Sin embargo, de lo que no se te puede acusar es de esquivar el bulto una vez que te decidiste. 
Y ahí vas, con el orgullo enrolladito en el bolsillo, con el corazón en la mano y la frente en alto. El paso lo diste; queda en el otro aceptar o no. Y si te rompes, que al menos sea con dignidad. 

domingo, 12 de junio de 2016

Identificando pelotudos


Hace unos días tuve el displacer de descubrir el hijo de puta prejuicioso y discriminador que todos llevamos dentro (porque "quien este libre de pecado..." y toda esa movida) en quien consideraba una persona copada, abierta, pensante. Perdón, mala mía.
Creo que es imposible no ofender a nadie en el transcurso de nuestra vida. A veces por ignorancia, otras por descuido, en ocasiones solemos hacer afirmaciones que joden, que duelen, que atentan contra el prójimo. Así como cometemos el error, lo ideal sería disculparnos con el afectado, tratar de comprender sus razones y rever nuestra postura y su validez. 
Peeeeero... No todos reaccionan así. Hay quienes, no contentos con lo dicho, buscan las peores formas de justificarse. Estadísticas (vaya uno a saber de dónde garcha las sacaron), casos representativos, axiomas falaces, y demás herramientas intentan acreditar esa barrabasada afirmada. Si lo anterior no surte el efecto deseado, se acude a la exclusión del interlocutor justamente ofendido del grupo "despreciado". Entonces surgen frases como Pero vos no sos así, o No te pareces a ellos, y mi preferida Para mí, vos sos la profe, no una X (inserte aquí el colectivo degradado). Como si fuera posible escindir de la persona características intrínsecas que forman su identidad. O sea, macho, si no me aceptás enterita, con todas mis condiciones, ni te gastes...
Y cuando nada funciona, aparece la carta "salvadora": el injuriador se transforma en injuriado y se abraza a su moral agraviada tirándole la pelota a la real víctima: ¡Después de todo lo que te dí, me bloqueás, así como así!, No puedo creer que no me hables más por esto, etc, etc.
En fin, que el mundo está lleno de pelotudos y esquivarlos es un trabajo en proceso.




jueves, 9 de junio de 2016

Vos


El puño en el pecho
La garganta cerrada
La mente en blanco
Y las palabras que no alcanzan

Un recuerdo asoma
Una lágrima nace
La sonrisa la atrapa
A ella, a las otras no

Alejarse para no sufrir
Decidir antes de que sea tarde
Pero el corte nunca es limpio

La coraza quebrada
Las defensas olvidadas
Con la herida en carne viva
Encogida espero
Y espero
A que no duelas más






sábado, 21 de mayo de 2016

Hasta acá


Siempre sos la mina copada. La comprensiva. La que no se impone. Tu imperativo de agradar te obliga a cumplir este papel. Lo tenés tan enraizado en tu ser que es la respuesta automática en tus interacciones con el mundo: ¿alguien necesita una oreja? ¡Ahí está la boluda! Amigos, parejas, pretendientes, colegas... Quien fuere, sabe que estás, cual caja de resonancia, ante la cual testean o arrojan sus ideas. Aconsejás, comentás, hacés una editorial del tema que sea... Firme como rulo de estatua, escuchás sinsabores, problemas, dilemas.
El tema es ¿y a vos, quién te oye? ¿Quién te presta el oído? Que los hay, los hay. Contados con los dedos de una mano... pero existen. 
El problema surge cuando tu comprensión suprema interfiere con lo que vos querés. Cuando tu empatía, tu voluntad de entender al otro, choca con tus intereses. Específicamente en el área de las relaciones amorosas. 
Habitualmente, te ponés en el lugar del otro, le das su tiempo, comprendés ,o al menos intentás comprender, sus motivaciones, sus taras, sus dificultades. Aceptás sus condiciones, sus limitaciones, incluso en detrimento de tus deseos. Hasta que no das más. Hasta que te das cuenta de que te perjudicás, que no podés vivir buscando hacer feliz al resto.
Sin embargo, del entendimiento a la acción concreta hay un trecho importante. Te cuesta horrores separarte de "la copada" y ser vos, defenderte, protegerte del dolor. Asumir que más allá de tus antojos, a veces, no se da. Que es mejor y muchísimo más saludable preocuparte de tu corazón y no del ajeno. Que no es insoportable el rechazo; que no estás en la faz de este mundo para agradar a todos. Que a la única a la que le debés explicaciones o que te puede reclamar algo sos vos.
Por eso, siguiendo ese espíritu de sincericidio que te caracteriza, decí basta. Hasta acá. Listo. Ya está. 
Hacete cargo de lo que sabés que necesitás. Y si esa persona no puede dártelo, habrá otra que sí esté en condiciones, mentales, emocionales, de hacerlo. 
Es complicado dejar ir lo que te gusta (¡y cuánto te gusta!), mas rogar, eso sí que no es lo tuyo. Menos aún forzar situaciones, sentimientos. Las cosas se dan o no se dan. Tomá lo bueno, descartá lo malo y seguí viaje. Aprendé, interiorizá, nutrite de la experiencia. Conservá la amistad, pero no te rompas, no inviertas en lo que no va a pagar. Que la vida real no es una comedia romántica, la gente no cambia a menos que quiera hacerlo y de Julia Roberts no tenés nada.  

martes, 3 de mayo de 2016

Lo que quiero


Quiero ser lo más importante
El primer pensamiento al despertar
El último recuerdo aún después de cerrar los ojos

Quiero ser prioridad
Inquietud
Razón de ser
Razón de no existir

Quiero ser todo y más
Quiero ser reina
Amiga
Compañera 
Esclava
Sumisa
Dueña

Quiero respirar
Pero ser indispensable
Libertad
Pero firmemente amarrada
Seguridad
Pero escaparle a la rutina

Quiero todo
Aunque yo no pueda darlo

Quiero algo incondicional
Siempre nuevo
Nunca igual

Nadie dijo que fuera justo
El amor no lo es




lunes, 2 de mayo de 2016

Fantasmas


¿Cuánto estás dispuesta a bancarte por amor?
En los tiempos que corren y a esta altura de la vida, la gente ya no está "a estrenar"; el "joya nunca taxi" dejó de aplicar hace rato y todos traemos uno que otro abollón ganado en el camino. El tema está en identificar si ese golpe es mera estética o afecta al motor, porque ahí los riesgos son diferentes y hay que pensarla muy bien antes de comprar.
Sería completamente injusto esperar del otro que sea una hoja en blanco, sin mambos, sin rayes, sin mochilas, que vos traes un par de valijas llenas de quilombetes y souvenires. Pero empezar una carrera con lastre no es de lo más auspicioso. 
Independientemente de la malaria que hay en el mercado, solés caer por lo complicado; lo que te va es el desafío. Entonces, dejás pasar al 0km y te interesa ese de ahí al fondo, el que no conviene, por kilometraje, por historial, porque viene con un aviso al comprador... ni siquiera se sabe si está a la venta. Pero es el que te llamó la atención, a pesar de sus detallecitos, o tal vez fue justamente por ellos.
Ahora, arremangate, hermana. Que entre esos detalles y tus falencias a la hora de conducir (te) por la vida...
La cuestión es: ¿cuánto estás dispuesta a soportar? O mejor, ¿hasta dónde te da la soga para aguantar sin hacerte mierda? Que si salís peor de lo que entraste no tiene chiste la movida. 
Y acá la analogía con el auto usado se cae. Quizá una casa embrujada fuera más propicia. Ya que además de lo expuesto anteriormente, también cabe la posibilidad de que tengas que vértelas con fantasmas, algunos que rondan como aves de rapiña y otros imposibles de exorcizar. Los últimos, los peores. Es absurdo querer medirse con un recuerdo, que no sos la primera en intentarlo y fracasar.
Tal vez se vea un tanto cruda la elección de figuras retóricas. Sin embargo ambas (el usado y la vivienda) son perfectamente aplicables a vos: traes ocupantes, contrapeso, espectros, marcas, goteras y el motor se ahoga cada tanto.
La única diferencia está en ese optimismo puto que te empuja a hacer chapa y pintura, decoración de interiores, llamar al mecánico y al albañil para que retoquen, mejoren, pongan a punto el material para enfrentar nuevamente la realidad. 
La esperanza es lo último que se pierde, pero, otra vez: ¿hasta dónde? 



viernes, 22 de abril de 2016

Vicisitudes de una viajera frecuente


Esta vez la escritura más que catártica debe ser energizante: no podés quedarte dormida en el avión y pasar un papelón.
En varias oportunidades has asistido al espectáculo unipersonal de aquel que cae en los brazos de Morfeo en un espacio público. Ronquidos, caras, salivación excesiva, emisión de gases tóxicos... Todas eventualidades plausibles cuando se baja la guardia, el cuerpo se relaja y la mente se toma un respiro. El resto del pasaje oscila entre el desagrado (los más correctos y pudorosos) y la risa franca (los espontáneos, los divertidos y los que disfrutan de la desgracia ajena). Como te has contado entre los últimos, no deseás someterte al escrutinio y convertirte en depositaria del escarnio.
Gracias a dios, la tripulación de la aeronave se ha percatado de tu dilema y ha decidido contribuir a tu vigilia colocando la ventilación al mango: en cualquier momento anuncian escarcha, granizo y ventisca, pero adentro del avión. Viajera frecuente, ventajas (?) de ser una "trasplantada" en el Valle, estuviste atenta a la posibilidad de esta situación (ya sea por aire o por tierra, es regla que te cagues de frío o de calor; nunca la pegan con la temperatura, lpm!). Por lo tanto, te vestiste tipo cebolla: te quitás o te ponés las capas de acuerdo al termostato.
Como saliste a las apuradas (obviamente, TODO lo dejaste para último momento) no desayunaste. Entonces, esperás con anhelo la llegada del bendito carrito con las vituallas que saciarán tu hambre. El amable ayudante de abordo te hace entrega de tu cajita feliz: galletitas de limón y frutos rojos, bocaditos de queso y ¡café! Te detenés y disfrutás de los manjares, que siempre tienen gusto a poco, y, en honor a la bobe que llevás en tu interior, te guardás lo que te sobra en la cartera, viejo cementerio de sobres de ketchup, azúcar, edulcorante y galletitas, que seguro vas a necesitar.
El reloj sigue corriendo, mas aún falta un trecho. Vas sintiendo los efectos de la abstinencia tecnológica. Querés chequear todas las redes sociales: face, instagram, whatsapp. ¡Al pedo, que la gente que conocés está laburando (sos vos la que anda de joda, nomás) y no te va a mandar un puto mensaje! Igualmente, te pica la mano, extrañás el peso del celu en tu palma... Adicta al 100%
Para distraer tu cerebro leés la revista de la aerolínea. A diferencia de las publicaciones que plagan las salas de espera de los consultorios y las peluquerías, esta pertenece a la presente década. A pesar de las publicidades de cosas que jamás estarán dentro de tu presupuesto, las notas zafan: lugares paradisíacos, personalidades interesantes...
Repentinamente, se oye la voz de la azafata que pincha tu burbuja lectora. Se inicia el descenso. Y ahora llega la mejor parte: bajarte del avión y ver a tu familia. Que muy lindo el trayecto; sin embargo, lo que te llena el corazón es lo que te aguarda detrás de las puertas automáticas.


martes, 19 de abril de 2016

Putas expectativas


¡Qué difícil es manejar las expectativas! 
Aún cuando hacés todo lo posible por evitarlas, por no embalarte, por dejar que la vida fluya, tu mente, esa maldita traidora, pergeña junto con el forro de tu inconsciente miles de escenarios de lo que podría llegar a suceder.
Independientemente de que clames ser realista, es innegable que en tu fuero más interno vivís de ilusiones. El optimismo innato te empuja a esperar siempre lo mejor, a creer que todo va a resolverse a tu favor, que vas a encontrar la manera, la salida, la solución a los dilemas que te acucian, a esa situación que te jode, a la piedra que está estorbando en tu camino.
El problema surge cuando la realidad te pega un bruto cross de derecha y se choca de frente y sin desacelerar con tu ingenuidad. Es entonces que caes en un espiral de depresión. Y pasás al polo opuesto: la vida es una mierda, una porquería, nada te sale bien, te dan ganas de mandar todo y a todos a la remismísima puta concha de su hermana. No bancás a nadie, ni siquiera a vos.
Tal vez este estado de bronca, odio y negatividad total no te dure más que un día... pero es un día del orto. Y detestás sentirte así, te desagrada sobremanera tenerte lástima, lo cual provoca que te calientes más. A lo que se suma la gente que piensa que es correcto pedirte específicamente que no te enojes por las pajereadas que hacen. Jamás es aconsejable que opinen acerca de cómo debés sentirte o comportarte; en esos momentos, es directamente riesgoso.
A veces considerás que lo más saludable sería dejar de interesarte, apagar tus emociones, ir por el mundo disfrutando de lo que se te ofrece y nada más. Si no esperás, no te desilusionás. 
Sin embargo, vuelve a asomar su cabeza esa maldita veta positiva que te lleva a entusiasmarte nuevamente. Como una niña volvés creer en los reyes, en papá noel, en el príncipe azul. Porque la estupidez es de lo más resiliente.

lunes, 11 de abril de 2016

Infección


Te la veías venir. A lo lejos, vislumbraste la posibilidad, aunque la negaste (¡que tenés un máster en el tema!) por diversos motivos. Sobre todo, por terca. Y más que nada, por cagona. 
De tu última aventura no saliste incólume. En el viaje perdiste algunas partes, se te desdibujaron otras. Casi casi que te fundiste con el entorno y te costó reconocerte después. Es más, tuviste que parar, mirar alrededor, hacer stock y chequear qué era realmente tuyo y que se te había pegado por ósmosis.
Es natural que un contacto tan prolongado genere ese efecto. El problema es cuando la adaptación es tal que dejás de ser un individuo y pasás a formar parte de otra entidad. Y en esa entidad no sos la voz cantante, no sos vos. Lo peor es que la culpa (¡hola, amiga mía!) no es del otro. Es toda todita tuya. El miedo al rechazo ataca nuevamente y vos inconscientemente hacés lo que sea para evitarlo. 
Sin embargo, hoy no sos esa mina. Recuperaste tu singularidad. Recobraste características olvidadas. Retomaste viejas prácticas que te hacen como persona. Te rearmaste. ¿Y ahora?
Te la veías venir. Poco a poco, se te coló debajo de la piel. Casi sin darte cuenta, se metió por resquicios de tu armadura. Cuando notaste los primeros síntomas de la infección te paralizaste del miedo. Porque contabas con que la distancia era un obstáculo para cualquier escalada sentimental. Pero las charlas maratónicas y lo que vislumbraste en ellas, las banalidades y las disquisiciones filosóficas, el humor y la piel, horadaron tu resolución. 
Y te viste en la necesidad de refrenar tu lengua. Te encontraste pensando cosas que no debés expresar, que no sos la única con taras emocionales. Sabés que estás ahí de pisarte sola. Y entre los nervios y las putas mariposas oscilás. Asumiendo y no. Queriéndotela jugar y no. 
Mientras tanto, todo sigue su curso. Eso que sentís está, moviéndote, creciendo, coloreando tus pensamientos. Y aflora una sonrisa boba. Y te sale un comentario tierno. Y te preocupás, porque te importa. 
Existe la probabilidad de que te quemes, de que sufras, de que no se dé. Está bien. Este es el juego. Juguemos.


jueves, 7 de abril de 2016

Siguiendo


A veces, la máscara se resquebraja
y por las grietas te asomás

y el dolor gotea por los resquicios abiertos
y la angustia se drena
y no se acaba

y el pecho se hincha
y se llena
y no explota

porque hay que mantener las apariencias
porque no hay que mostrar debilidad
porque vos tenés que poder...

poder qué?
poder aguantar?
poder resistir?

poder seguir
a pesar de todo
a pesar de todos

Pero, puta, que es difícil...


miércoles, 6 de abril de 2016

De la cólera y sus razones


Vas por la vida con la mejor onda, tratando de entender al otro, de utilizar toda la empatía que tenés para ponerte en su lugar y comprender el por qué de determinadas acciones. Siempre intentás pensar las causas del comportamiento ajeno y buscás justificarlo, que te negás a ver lo peor. 
Pero existen ocasiones en las que la empatía se va a la re mismísima mierda y te calentás como pipa. De un momento a otro ves todo rojo, se te acelera el pulso, te bulle la sangre y te brota el instinto asesino. En estas situaciones, se te traba la cabeza y el poco filtro que con tanto cuidado creaste, desaparece: decís las peores cosas, de una, a la cara, sin medir ningún tipo de consecuencia. 
Quienes caen en la mira de tu odio (porque no hay otro modo de llamar a ese sentimiento de asco, bronca y ganas de aniquilar) no saben de dónde sale esa catarata de insultos y palabras hirientes. Te transformás de tal manera que si las miradas mataran, más de uno ya estaría mirando cómo crecen las margaritas de abajo para arriba (Porota dixit). 
No es aconsejable que el sujeto (o la sujeta, que no hay que ser sexista en el lenguaje) en cuestión intente calmarte, ni de palabra ni con gestos. Como si fueses una fiera salvaje, lo aconsejable es alejarse lentamente y permitir que la ira se disipe con la distancia del agente que la ha provocado. 
El arrebato homicida se evapora de manera súbita, igual que como arribó, y para el depositario, de similar y misteriosa forma. Sin embargo, para vos esto no carece de explicación: esperás de los demás aquello que harías; el mismo compromiso, respeto, atención... Todo lo que das, lo ansiás. Quizá este sea el error que cometés; el otro puede no estar en tu sintonía. Pero explicáselo al músculo sensible que vive en tu pecho, ese que no atiende razones, que no se aviene a la lógica, que persigue lo que anhela, ciego y sordo.
Y es ahí, en el choque de tus deseos y la realidad, donde reculás cual animal herido y atacás. Que la ofensiva es la mejor defensa cuando la coraza se resquebraja.

viernes, 1 de abril de 2016

De los miedos (o el rotor de la escritura)


La página en blanco, la mente embarullada, el corazón en la mano: temores aterradores, en ese orden o en cualquiera. Ante cada uno de ellos te preguntás por qué, para qué, para quién. Causas, finalidades, destinatarios...
El bloqueo de escritor se ve beneficiado de los otros dos. Comprobaste que la felicidad no es conducto de la creatividad. Que necesitás del dolor, del desgarro, de la lucha interna para que baje la musa y te haga digna de inspiración. Es como funcionás, ya que la constancia no es tu punto fuerte. Y si no estás movilizada, las palabras no fluyen, las ideas no florecen y te volvés Belén Franchese y su lluvia de corazones.
El tumulto cerebral es inevitable después del sopor de años de rutina. Ahora todo es analizable. Tenés tiempo, predisposición y, especialmente, ganas de encarar el meollo de distintas cuestiones que, quizá, antes eran lejanas, inexplicables, intrascendentes. Descubrir la razones de tus actos, de los ajenos. Comprender aquello que moviliza al otro, ese otro que no registrabas en la inmediatez de la cotidianidad y sus exigencias. Observar, entender, y si pudieras, prever las reacciones incita tu natural curiosidad. Además de ayudar a llenar el blanco del papel virtual.
Y, los putos sentimientos... que cuando sentís, te desangrás. No hay punto medio: si abrís las compuertas, es de par en par. Familiares, amistades, amores. Si dejás entrar a alguien no hay vuelta atrás. Una vez que tomás la decisión consciente de aceptar lo que te pasa, lo que la persona despierta en esa caja de resonancia que traés en el pecho, te hacés cargo de tal forma que incluso el mínimo inconveniente te desarma, te lastima, te desmorona. Es por eso que tratás de aferrarte a la coraza con uñas y dientes, y las demostraciones de cariño no son la norma en tus relaciones (excepto, claro está, con los frutos de tu vientre, a quienes perseguís y cargoseás y ahogas en besos y abrazos). Has sufrido decepciones como todos pero no pudiste manejarlas de otra manera que no sea apagarte y alejarte y cerrarte. Entonces, evitás que arranque y traquetee el corazón para resguardarlo. Pero no siempre está en tus manos la llave de ignición. Y ahí reside el problema: carecés de control. 
Sin embargo, también es ahí en donde está la solución, o mejor dicho, acá. 


jueves, 31 de marzo de 2016

Broken glass


Cuando la realidad se vuelve insoportable,
cuando lo que esperás no llega,
cuando tu mente no deja de girar
y darle vueltas a la misma idea una y otra
y otra
y otra
         vez..

Cuando el dolor en tu pecho se expande
cuando no sabés qué hacer con vos

Cuando tus miedos te hablan
y te miran
y se ríen
y se ríen
y se ríen

Saltá
y soltá
y volá
y volá
y volá

domingo, 27 de marzo de 2016

Palabras como balas (o cagándola 101)


Existen esos momentos en la vida en los cuales te asalta la duda existencial y te preguntás ¿con qué necesidad?, a saber: ¿con qué necesidad le entraste a la última porción de pizza, si ya estás llena como morsa? ¿Para qué te tomaste el último vaso de vino, sabiendo que mañana vas a tener un hermoso martillo neumático reventándote el marote? ¿Por qué respondiste ese mensaje que de entrada auguraba un quilombo padre? ¿Qué carajos hacés llamándolo si sabés que después te la querés coser con hilo sisal del asco?
Como los anteriores, pueden surgirte miles de interrogantes. Pero ninguno es tan atemorizante, tan paralizante, como el que aparece justo después de hacerte cargo de esos sentimientos que con tanto ahínco escondiste hasta de vos misma. Esos, que te negaste, le negaste, como tipo al que encuentran con otra mina: "No, no es lo que vos pensás; fue solo un desliz; yo venía para acá y me pidió que la alcance..."
Vos sabés, él sabe, tooodos saben cómo viene la mano. Entonces, ¿con qué necesidad asumiste lo que pasaba? ¿Qué culpa tratás de expiar al aceptar que ya sos adicta a ese intercambio jocoso, inteligente y adrenalínico? ¿Por qué te castigás poniendo en palabras lo que dejaste entrever en horas y horas de chat?
Alguien muy sabio te dijo que una vez que las dejabas volar, las palabras eran como balas: ya disparadas, no hay nada que se pueda hacer.
¿Y ahora? ¿Cómo la remás? ¿Cómo sigue la joda? Tu mente tumultuosa no encuentra salida a la reverenda cagada que te mandaste, ya que ese acto banal puede potencialmente cambiar la dinámica de la "relación". 
Sin embargo, eso no es todo: la otra parte también dijo cosas que pusieron tus sensores en alerta; que activaron tu reacción de supervivencia y ahora estás en modo lucha o huida, cual animal en la mira del cazador. Lidiar con sentimientos definitivamente no es lo tuyo.
No tenés excusa para tu accionar. Tampoco conocés las respuestas a tus preguntas. La que te queda es apechugar. Seguí como si no hubiera pasado nada. Que la negación es una segunda piel...

domingo, 6 de marzo de 2016

Madrugada de domingo


Después de una noche ajetreada, extendida hasta la madrugada, te acostás y, oh, milagro de milagros, Morfeo te acuna entre sus brazos y te desmayas cual bendita. Entredormida le agradecés a todos esos santos en los que no creés porque en pocas horas tenés que estar otra vez arriba, firme como rulo de estatua para ponerle el pecho a este fin de semana de festejo.
En lo profundo de la noche lo único que se oye es la música suave del celular. Otra bendición: no hay fiesta en el club del barrio, entonces no son Los palmeras ni Pitbull quienes te arrullan y podés descansar sin escuchar el "todas las palmas arriba" mandatorio de cualquier evento que se precie.
Están todas las condiciones dadas para que disfrutes una noche de sueño reparador como pocas... Hasta que un leve zumbido te despierta. Mosquitos del ojete, pensás. Pero pusiste el aparatito... estas huevadas cada vez vienen peor... Sin embargo, no, no es culpa de la decadencia de la marca que los mata bien muertos... No, no... El ruidito que te arrancó de ese sueño maravilloso es un mensajito.
Mirás la lucecita roja. Número que no pertenece a tus contactos. Prestás atención a la foteli... Y te reís. "Buu" enviado 6.27 am. ¿Posta? Después de meses sin dar señales de vida, de haber desaparecido vaya una a saber por qué mambo, "Buu".
Pegás media vuelta, acomodás la almohada por el lado frío y te volvés a dormir. Treinta minutos más tarde, vibración, "Ups". Viene onomatopéyica la joda. Ok. Ignorás. Y finalmente, se le prende la dignidad y no recibís ningún sonidito más.
Pero tarde, que ya te desvelaste, abrió los ojillos el retoño menor y el sol te está taladrando la vista. Te levantás reflexionando acerca del género masculino, la histeria, las booty calls, y la pelotudez en general. En la cocina, la repostería te reclama. Buena vida, nene.

Adrenaline rush


No existe sensación más adictiva que la de la adrenalina corriendo por tus venas. La incertidumbre, el peligro, provocan a la parte de tu personalidad que desea aventuras, que no sabe estarse quieta, que se aburre fácilmente. Esa misma que te empuja y que aborrece la rutina.
Aunque en ocasiones escuches una voz, muy razonable ella, que despacito te aconseja desistir, alejarte de ese precipicio, vos sabés que vas a dar el paso... caída libre.
Te transpiran las manos, te late acelerado el corazón, la mente va a mil cada vez que sentís la vibración que confirma otro contacto. Entonces, esperás, extendés esos momentos de ansiedad, hasta que no podés más.
Sonreís mientras preparás tu respuesta. Indecisa, escribís y reescribís. Borras, volvés a copiar. Dudas acerca del tenor; pensás cuán hondo te estás metiendo y qué pasaría si... Nada importa. Enviado. Y vuelta a empezar.
No podés ni querés negar que te atrae. Ego, morbo, deseo, todo envuelto en un hermoso paquete. Que te hace sentir viva. Y para eso estamos acá.